La vida está llena de ciclos, altas y bajas, felicidad y tristeza. Pero por alguna razón se nos facilita olvidarnos del Señor cuando estamos en las altas y nos encanta acudir clamando a Él cuando nos encontramos en las bajas. Recientemente leí un artículo que hacía referencia a una prueba que se utiliza en contabilidad llamada “prueba del ácido” aplicada a la vida cristiana. Lo que proponía era que se puede distinguir entre una persona que realmente ha entendido su pecado, se ha arrepentido y ahora ha entregado su vida a Dios contra aquellas que “coquetean” con Dios. A lo que quiero llegar está relacionado con el versículo de hoy: y la mano del Señor estaba con ellos… No importa si estás en un pico o en un valle, cuando amas al Señor y entiendes que no mereces su misericordia y mucho menos su amor, puedes leer estas palabras y gozarte por que Él está contigo. Lo repito: la mano de Dios, su presencia está contigo. Podrá parecer distante Dios porque has atravesado situaciones difíciles o por el contrario lo sientes cerca porque hay paz en tu vida. Pon atención, la situación que atraviesas no determina la cercanía de nuestro Dios. Así como su mano estaba con los discípulos cuando gran número de personas creía en Su nombre y había gran gozo, de la misma forma su mano estaba cuando eran aprehendidos. No te dejes confundir. ¡Cuántas personas reclaman a Dios porque piensan que no son escuchados? Si puedes empezar tus días con una oración y recordando siempre que la mano del Señor está contigo, estoy convencido que tu día no será igual. Estas palabras te preparan para lo que está delante y te llenan de gozo y fe.
Por otro lado, es importante entender la gran comisión que tenemos sobre compartir a Cristo. Ojo, no nos corresponde criticar, señalar, juzgar o humillar sino hablar de la reconciliación que el Padre ha ofrecido a través de Jesús y sobre su segunda venida. Muchas personas tratan de “convertir” a la gente para Cristo y pienso que es un error tratar de intervenir así. Nuestro deber es dar llevar la palabra y vivirla como testigos de que Él es Dios. El Señor se encarga de tocar los corazones y de hacer el resto no nosotros. Su palabra es la que penetra no las nuestra. Su sabiduría es la que asombra y no la nuestra, su ejemplo es el que admiramos y no el nuestro. Tengamos cuidado de no desviar nuestra atención de lo que nos han llamado a hacer. Jesús no nos dijo que “fuéramos al mundo y lo convirtiéramos a Él” sino que habláramos de su palabra, anunciáramos su evangelio e hiciéramos discípulos.
Hoy te quiero animar a que hagas una pausa e independientemente de lo que estés atravesando puedas decir en tu corazón: la mano del Señor está conmigo. Ahora entiende que es misericordia y amor que no merecemos al recibir esta enorme bendición y ¡que tú deber es compartirlo!
Oración
Señor: gracias por tu misericordia. Perdona mis pecados y permite que mi vida siempre sea testimonio de que tu mano está conmigo sin importar las circunstancias. Permite que mi vida sea de servicio a Ti y te de gloria. Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén
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