Pero el barco fue a dar en un banco de arena y encalló. La proa se encajó en el fondo y quedó varada, mientras la popa se hacía pedazos al embate de las olas. Los soldados pensaron matar a los presos para que ninguno escapara a nado. Pero el centurión quería salvarle la vida a Pablo, y les impidió llevar a cabo el plan. Dio orden de que los que pudieran nadar saltaran primero por la borda para llegar a tierra, y de que los demás salieran valiéndose de tablas o de restos del barco. De esta manera todos llegamos sanos y salvos a tierra.
Habían recibido la promesa de Dios a través de Pablo que ninguno de ellos perdería un solo cabello. Pero de repente, dentro de todo su alboroto, comienzan a escuchar los planes de los soldados. ¡Nos quieren matar! ¿Qué vamos a hacer? ¡Se supone que tu Dios nos iba a rescatar y salvar! La vida de los soldados en ese entonces estaba totalmente ligada al de los presos que llevaban. Si algún preso se escapaba, el soldado tenía prácticamente una condena a muerte por haberlo dejado escapar. Por esta razón, cuando ven las circunstancias, piensan que la mejor forma de solucionar la situación es matando a todos para que no tengan ningún problema. Vayamos atrás en la historia y pensemos en el momento en el cual, el centurión se presentó a Pablo. ¿Crees que Pablo imaginó que él le salvaría la vida un tiempo después? ¡Por supuesto que no! Lo único que hizo fue predicarle a Cristo y ser testimonio de una vida diferente. Gracias a esto, la vida de todos los presos fue salvada. ¿Puedes ver lo increíbles que son los planes de Dios? Por esta razón, debes ser sumamente cuidadoso con tus palabras y tus actos. Imagina que Pablo hubiera reaccionado con quejas hacia el centurión. ¡Yo soy inocente! ¡Yo no debo estar aquí! ¡Soy ciudadano romano y merezco un mejor trato! ¿Sabes qué hubiera logrado? Que en el instante en que la oportunidad de matarlos fue posible, el centurión hubiera accedido. Pablo nunca hubiera llegado a Roma y el Señor hubiera utilizado otro corazón entregado para dar testimonio en esa ciudad. No somos indispensables en los planes de Dios. Pero si decidimos tomar parte en ellos, los que recibimos las bendiciones somos nosotros y no alguien más. ¡Las bendiciones de Dios están en la mesa para que las abracemos! ¿Por qué preferimos vivir sin ellas? Nuestro deber es amar al prójimo como a nosotros mismos. No juzgarlos ni criticarlos. No menospreciarlos ni exaltarlos. Además, debemos testificar a Jesús en todo momento. Hoy te puedo decir que no tienes idea, así como Pablo no la tuvo, de la gente que se está atravesando en tu vida y lo que pueda pasar en un futuro con ellos. Sirve. Obedece. Predica. Da un buen testimonio siempre y no solo los domingos.
Tal y como lo había anunciado Pablo, cada uno de ellos llegó sano y salvo a tierra sin perder un solo cabello. La promesa de Dios se cumplió. Aquellos que dudaron tuvieron que reconocer que realmente hay un Dios y que les había concedido la vida. Pero sobre todo, vieron la vida de un hombre que seguramente les marcó para el resto de la suya. ¡Tú y yo debemos ser los “Pablos” de hoy en día! ¿Si no quién? Deja de pensar que alguien más va a realizar ese trabajo y mientras tanto te pierdes de todas las bendiciones que están ahí esperándote. ¡Sirve y da testimonio de Jesús!
Oración
Padre Santo: alabado seas. Te pido que perdones mis pecados y mi falta de compromiso contigo. Quiero dar testimonio de Ti y servirte en todo momento. Quiero ser el Pablo de mi generación. Quiero llevar tu nombre a los que me rodean y recibir tus bendiciones mientras te obedezco. Padre, no permitas que las circunstancias frenen mis deseos de comprometerme contigo. Heme aquí Señor, dispuesto a servirte. Toma mi corazón y dime hacia dónde caminar. Te lo pido en el nombre de Jesucristo. Amén
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