Así que de este solo hombre (Abraham), ya en decadencia, nacieron
descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la
arena a la orilla del mar. Todos ellos
vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más
bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y
peregrinos en la tierra. Al expresarse
así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria
de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es
decir, la celestial. Por lo tanto, Dios
no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó ciudad.
Cuando uno quiere comenzar a disciplinarse en hacer ejercicio cuesta
mucho trabajo. Simplemente dar el primer
paso y salir es difícil. Personalmente
me encanta correr. Los primeros diez
minutos son los peores. Es como si mi
cuerpo me reclamara lo que estoy haciendo y tratara de evitar el que
continúe. Pasando ese tiempo, me empiezo
a sentir mejor. A los quince minutos mi
cuerpo se empieza a sentir suave y fuerte.
A los veinte estoy listo para seguir por lo menos cuarenta minutos
más. Al terminar, estoy lleno de gozo y
alegría por el cansancio que tengo. ¿Por
qué escribo esto y qué relación tiene con el pasaje de hoy? Pienso que la vida espiritual es muy similar
a este proceso del ejercicio. Al
principio cuesta trabajo. Nos sentimos
“pesados”. Nuestra mente no comprende
bien hacia dónde vamos. Dudamos y muchas
veces queremos detenernos o regresar.
Pero cuando logras continuar, cuando tienes fe y confías, tus pasos van
tomando fuerza y todo comienza a fluir.
Cuando pasa el tiempo, volteas atrás y te llenas de gozo por haber
comenzado y terminado esa etapa de crecimiento espiritual. En el pasaje nos hablan de aquellos que
vivieron sin tierra. Los descendientes
de Abraham que vivieron errantes y como extranjeros en todo momento. Sin embargo, en su mente, la meta era clara:
el cielo. Tal vez habían días en los que
querían dejar de ser extranjeros y regresar a la tierra de antes. Sin embargo no lo hicieron. ¿Por qué?
Porque sabían hacia dónde se dirigían.
Sabían que el final era mucho mejor que el trayecto. ¡Qué aprendizaje tan increíble! Al no tener nada a qué aferrarse pudieron
aferrarse a la promesa celestial.
Mientras tanto, nosotros nos aferramos a esta vida como si no existiera
nada después. Perdemos algo material y
nos duele hasta lo más profundo. Nos
angustiamos por generar más ingresos o si no hay trabajo nos preocupamos aún
más. Sin embargo, debemos entender que
nada de eso es importante. Dios
claramente se preocupa por protegernos y proveernos. El problema es que a veces necesita quitar
aquello que nos está estorbando en nuestra comunión con Él. ¿Lo puedes entender? La descendencia de Abraham no tenía una
nación. Eran extranjeros. Eran peregrinos. ¿No crees que a veces se cansaban y se
hartaban de su situación? Así como tú y
yo nos quejamos y queremos que las cosas cambien, ellos también debieron tener
momentos así. Sin embargo, ellos
tuvieron la mirada firme y siguieron “corriendo” a pesar de querer parar. “Corrieron” de tal forma que Dios les bendijo
preparando una patria para ellos que sería la tierra prometida. Con pasajes como este, entiendo por qué es
mejor no tener que tener. Entiendo por
qué son bienaventurados los que tienen hambre y sed. ¡Porque su única esperanza es Dios! No su dinero.
No su casa. No sus
conexiones. No su sabiduría. Dios.
¿Acaso tenemos que perderlo todo para poder entenderlo? ¿Necesitamos ser peregrinos y extranjeros
para poder depender al cien por ciento del Señor? Espero que no seamos tan necios y soberbios. No somos de este mundo. No busquemos las cosas de este mundo. No nos aferremos a lo que la gente del mundo
se aferra. ¡Al contrario! Somos de Dios. Busquemos las cosas de Dios. Aferrémonos a su palabra, a sus promesas y a
sus bendiciones. Ya sea errantes y
extranjeros o sedentarios en nuestro país, entreguemos nuestra vida y sirvamos
a Jehová.
Oración
Padre: quita todo aquello que estorbe mi comunión contigo. Dame sabiduría y fe para entender que hay
mucho que debo dejar atrás y, sobre todo, que debo aprender a aferrarme a Ti y
a nadie ni nada más. No permitas que mi
mirada cambie y deje de estar puesta en tus cosas. Perdona mis pecados y toma mi vida. Te lo pido en Cristo Jesús. Amén
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