Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra
fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la
vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de
Dios.
Es tan fácil pensar que nuestra situación es tan única que nadie puede
entendernos. Ya sea por la edad,
situación económica, experiencia o alguna otra causa, preferimos descartar que
escuchar al que brinda consejo. Estoy
convencido que la empatía es mejor cuando se comparte una experiencia
similar. Un alcohólico puede compartir a
Cristo con otro adicto y probablemente lo entienda mucho mejor que una persona
que nunca ha tenido problemas con el alcohol.
Sin embargo, no estoy de acuerdo en que nos dediquemos a rechazar el
consejo solamente porque pensamos que no pueden entender nuestra
situación. Gente que pierde seres
queridos. Aquellos que tienen alguna
enfermedad terminal o que simplemente no les alcanza para pagar por sus
medicinas. Personas que se encuentran en
la cárcel. Hijos abandonados. Gente en depresión. Todos ellos podrían decirme: tú no puedes
entenderlo. ¿Sabes algo? ¡Tienen razón! No puedo entender todas las situaciones. Tampoco pueden entender las mías. Sin embargo, la vida en Cristo no es una
competencia de experiencias ni un levantamiento de orgullos (o
depresiones). La vida en Cristo se basa
en la humillación. Leíste bien. Humillación de uno. Exaltación de Él. Con esto en mente, te pido vuelvas a leer el
pasaje. La cruz era la humillación
máxima. Lo más bajo de la sociedad era
sentenciado a esa muerte. Jesús, siendo
perfecto, murió así. Humillado al
máximo. Señalado. Golpeado hasta quedar irreconocible. Se burlaban de Él mientras caminaba. Se reían en su cara. En lugar de regresar todo ese odio con
castigo, decidió pedir a Dios Padre que los perdonara porque no sabían lo que
estaban haciendo. ¿Puedes ver el
extraordinario ejemplo? Jesús no se
empezó a quejar con Dios Padre que nadie entendía la injusticia que estaba
pasando. No se quejó por el dolor que se
volvía insoportable. Si alguien en este
mundo realmente pudiera quejarse y pensar que nadie puede entender su
situación, es Jesús. Sin embargo,
decidió humillarse y, con los ojos puestos en lo que le esperaba después de lo
que atravesaría, siguió hasta que dio su último respiro.
Seamos honestos. Nuestro orgullo
nos estorba demasiado. Ojo, también
aquellos que se minimizan tienen problemas de orgullo. La realidad es que no necesitamos que la
gente tenga empatía con nosotros para poder escuchar lo que Dios tiene para
nosotros. Lo que necesitamos es humildad
y el ejemplo perfecto lo dejó Cristo.
Humildad. Bajarnos de nuestro trono
y pedir a Cristo que lo tome.
Humildad. Actuar conforme a la
voluntad de Jehová reconociendo que Él es el Rey y nosotros obedecemos sin
importar lo difícil que pudiera ser.
No conozco tu historia. Eso es
entre Dios y tú. Lo que sí te puedo
decir, y con toda autoridad, es que debes poner atención a tus principios y el
lugar que ocupa Dios en ellos. Él debe
ser tu número uno. De ahí, toma
cualquier decisión. De ahí, recibe
consejo. De ahí, toma acción para tu
vida. Fija tu mirada en Cristo que te
ama y obedece humillándote para que Él sea exaltado.
Oración
Padre: perdóname. Mi orgullo ha
sido un lastre que he venido arrastrando.
Señor, ya no quiero seguir igual.
Me humillo ante Ti y te reconozco como mi Señor, mi Salvador y mi todo.
Te pido guíes mis pasos. Te
quiero obedecer sin importar lo que tenga que soportar. Así como tú sufriste por mí, yo quiero
aprender a entregar mi vida por Ti.
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