En tu
fuerza, Señor, se regocija el rey.
¡Cuánto se alegra en tus victorias!
En el
capítulo 20, leímos la oración previa a la batalla. En el 21, presenciamos que la victoria ha
sido dada. Pero no debemos pasar por
alto la primera parte del versículo que nos enseña cómo el rey se regocija en
la fuerza del Señor y no en la propia.
Es muy importante trasladarse a esas épocas y tratar de entender cómo
era la vida en ese entonces y lo que el rey representaba junto con el poder que
tenía. Un rey podía cambiar cualquier
ley o decreto a su antojo y nadie podía opinar al respecto o podrían ser
asesinados simplemente porque al rey le parecía adecuado. El rey tenía un poder absoluto. La gente no cuestionaba y simplemente
obedecían lo que se pedía. El rey era un
símbolo de fuerza, sabiduría y poder. Es
como tener a un presidente de hoy en día, del país más poderoso del mundo, sin
ninguna restricción por el congreso ni las opiniones de nadie. Ahí estaba David. Con todo ese poder. Algunos reyes (e incluso líderes de hoy en
día) no saben qué hacer con tanto poder y terminan siendo tiranos y pésimos
gobernantes. David, inmediatamente
después de haber ganado la batalla, cantó y reconoció quién había dado la
victoria: Jehová. No cantó festejando su
gran estrategia militar ni su gran poderío en armamentos. No se gozó en su impresionante ejército ni en
nada que no fuera la fuerza del Señor. El
rey. Aquél con todo el poder. Quitando el reflector de sí mismo y
apuntándolo a quien realmente lo merece: Dios.
¡Increíble testimonio! ¿Cuántas
veces recibimos algún cumplido y no decimos que realmente es Dios quien merece
toda la gloria? ¿Cuánto tiempo pasa sin
que des gracias al Señor por las victorias que trae a tu vida? ¿Reconoces que es él quien da la victoria o
sigues pensando que es tu gran capacidad?
Por esta razón hice gran énfasis en lo que el rey representa: la
autoridad máxima. Sin embargo, David se
humilla ante el señor y le da todo el reconocimiento por la victoria. Imagina el impacto que ocasionó el ver a un
rey trasladar el reconocimiento y la gloria a Dios en lugar de a él mismo. David cometió muchos errores. Algunos sumamente graves. Sin embargo, su corazón quería agradar al
Señor. Recuerda que todos somos
pecadores. El mismo Pablo reconoce el
problema que representa su propia carne y nos sirve de ejemplo para entender
que, cuando cometemos un error, no debemos dejarnos engañar por el Acusador
pensando que Dios no nos va a recibir más.
Recuerda que hemos sido reconciliados y nuestra comunión con El nunca
dejará de ser.
Por último,
quiero animarte a abrir los ojos y reconocer las victorias que te ha dado y
sigue dando el Señor. ¡Gózate en
ellas! ¡Alégrate en ellas! Satanás quiere que pensemos que somos
nosotros mismos los que hacemos todo y merecemos todo. Dios nos enseña la verdad: es él quien nos lo
da en su amor y misericordia. Así que, humilla
tu corazón. No dejes que tu soberbia
entorpezca tu comunión con Dios y analiza tu vida. Piensa dónde estás parado y dónde estarías de
no ser por el Señor. Date cuenta de lo
bueno que es Dios y alégrate, como el salmista, por las victorias que el Señor
te da y sobre todo por las que han de venir.
Oración
Señor:
gracias. Gracias por recordarme que la
victoria es tuya. Gracias por tumbar mi
soberbia en un instante y mostrarme que todo proviene de Ti. Gracias por permitirme gozarme junto contigo
en tus victorias y tus bendiciones. Gracias
mi Señor. Te pido mi vida sea de
testimonio para los demás y te sirva en todo lo que haga. En el nombre de Jesús. Amén.
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