Escuchen, yo sé que ninguno de ustedes, entre quienes he andado predicando el reino de Dios, volverá a verme. Por tanto, hoy les declaro que soy inocente de la sangre de todos, porque sin vacilar les he proclamado todo el propósito de Dios.
Definitivamente ninguno de nosotros conoce el día ni el minuto en que morirá. Lo que sí sabemos es que no podremos evitar ese momento. He escuchado que algunas personas “presienten” algo antes de fallecer. Independientemente de que Dios nos de algunas señales o no, hay un tema sumamente importante que debemos discutir el día de hoy: la muerte. No nos gusta hablar de ella. No es fácil. Es de cierta manera misteriosa. A veces es muy dolorosa, a veces repentina y en otras ocasiones resulta en alivio. Pero finalmente, se trata de una vida que ha dejado de estar con nosotros. Esa vida, esa persona, esa alma ha sido llamada a rendir cuentas. Pablo, por revelación sabía que no volvería a Éfeso y les deja claro que no es responsable de lo que suceda después. Él predicó a Cristo mientras estuvo allí. Aprovechó cada instante. En cada rincón de la ciudad anunciaba el evangelio. Mientras tanto, ¿Qué hacemos nosotros? Nos levantamos, comemos, trabajamos, descansamos y luego nos dormimos. ¿Dónde quedó Dios? ¿Dónde quedó nuestro servicio a Él? Esto no quiere decir que tenemos que dejar todas nuestras actividades y convertirnos en misioneros. Lo que significa es que en cada una de nuestras actividades Dios debe reinar. Al levantarnos, lo primero que debemos hacer es darle las gracias por permitirnos comenzar el día. No quejarte por no poder dormir más. No levantarte buscando tu café para despertar. A penas comienza nuestro día, debemos hacer una oración para recordar que el Señor es el rey de nuestra vida y nosotros somos sus siervos. Posteriormente, debemos estar agradecidos con cada alimento que comemos. Si no tienes la costumbre de orar antes de los alimentos, ¿qué estás esperando? No es un ritual sino el reconocimiento puro de que el Señor es quien provee y en Él es en quien confiamos. Después de levantarnos y desayunar, realizamos nuestras actividades diarias. ¿Cómo reina Dios en esta área? Si tienes un trabajo, busca dar testimonio con tu ejemplo. No tienes que hablar de Dios todo el día. Puedes empezar hablando distinto: sin decir groserías. Sin hablar mal de alguien. Sin dar pie para que critiquen, juzguen o inventen chismes. De ser posible, invita a la gente de tu trabajo a tu casa para que vean cómo vives y aprovecha esos tiempos para compartir a Cristo. Pablo pudo haberse distraído con muchas otras actividades como tú y yo nos distraemos, pero decidió enfocarse en Cristo. Hagamos lo mismo. Él pudo escribir tranquilamente a los efesios y despedirse de ellos sabiendo que, mientras estuvo allí cumplió con lo que Dios le mandó. ¿Puedes hacer lo mismo? ¿Podrías cambiar de trabajo o de ciudad sabiendo que aprovechaste cada instante sirviendo a Dios? ¿Te faltaría tiempo? Debemos entender que no tenemos idea de cuánto tiempo tenemos en el reloj. Es verdaderamente una incógnita. Hoy me enteré de una persona que falleció el día de ayer en un choque automovilístico. Se encontraba de vacaciones. Así, tú y yo seremos llamados. Hoy. Mañana. O pasado mañana. Mientras tanto, debemos preguntarnos qué estamos haciendo hoy para servir al Señor. ¿Cómo estoy aprovechando lo que Él me da hoy para darle gloria? Te animo a que medites en esto pero sobre todo, a que dejes a un lado ese estado pasivo y te conviertas en un servidor activo.
Oración
Señor: no quiero que siga pasando el tiempo y yo siga sin servirte ni darte la gloria como la mereces. No quiero ser llamado a cuentas y que tenga miedo y pena pues no serví como lo pides. Permite Padre que mi vida pueda ser de agrado a Ti y que aprenda día a día a servirte y dejarte reinar en cada actividad que realice. Perdona mis pecados mi Dios. Te lo pido en el nombre de Cristo Jesús. Amén
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