En
esto conocemos el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida
por nuestros hermanos. Si alguien que
posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión
de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él? Queridos hijos, no amemos de palabra ni de
labios para afuera, sino con hechos y de verdad.
La
sabiduría coloquial dice: es mejor dar que recibir. Pues es cien por ciento correcto. La palabra nos dice en repetidas ocasiones
que, mientras más nos desprendemos de lo material y en lugar de aferrarnos lo
ponemos al servicio del Señor y por consecuencia al servicio de los demás, las
bendiciones se multiplican. Mientras que
algunas personas piensan que primero deben tener “más” para poder ayudar,
aquellos que entienden el mensaje de Dios saben que inmediatamente pueden dar y
que hay alguien que necesita más que ellos.
¡Eso es entregar la vida por nuestros hermanos! Pensar primero en los demás y después en
nosotros. Jesús hizo exactamente
eso. Sabía que hacerse hombre
significaría muerte en la cruz. Sabía
que el sufrimiento sería insoportable.
Sabía que la traición sería sumamente dolorosa. Sin embargo, también sabía que al morir, nos
libraría de la esclavitud al pecado. Sin
tomar en cuenta su sufrimiento, se entregó por nosotros. Sufrió para que las cadenas de la muerte
fueran rotas y pudiéramos entrar a la vida eterna a su lado. Lo hizo porque el resultado sería mucho mayor
que el sufrimiento. Así también nosotros
debemos de vivir. No pensando en que
ayudar o hacer algo por nuestro prójimo resultará en una incomodidad. No pensando en cómo ayudar sin dejar de hacer
lo nuestro. ¡No! Entregando nuestra vida como Jesús entregó la
suya. ¡Eso es el amor con hechos y de
verdad! Dejemos las palabras y convirtámonos
en personas de hechos. ¡Qué tristeza
cuánta gente se envuelve en palabreríos y sus obras hablan tan mal de
ellos! No seamos así. Si hablamos del amor de Cristo, que nuestros
actos respalden esas palabras. O mejor
aún, no hablemos y dediquémonos a hacer.
¿Sabes? Recuerdo el día que
decidimos traer a otro perro de la calle y cuidarla hasta que le encontráramos
un hogar. Definitivamente fueron más
problemas. Sin embargo, hoy esa perrita
tiene un hogar permanente. De saber que
estaba en la calle. Sin tener un
techo. Sin tener comida. Hoy, por el hecho de haber sacrificado de mi
tiempo, dinero y esfuerzo, esa perrita hoy tiene una vida totalmente
distinta. ¡Qué gran bendición! Ahora, si lo llevamos al mejor ejemplo: si
entregamos nuestra vida por los demás y vemos cómo aquellos que estaban
“perdidos” y en la “calle” vuelven su camino y reciben a Cristo, el gozo y la
satisfacción son insuperables. Un poco
de nuestro tiempo puede hacer mucho. Entregar
nuestra vida entera provoca resultados inimaginables. Hoy te pregunto: ¿Entiendes el amor de
Cristo? ¿Entiendes tu
responsabilidad? No se trata de recibir
y acumular sino de recibir y llevar a los demás para que las bendiciones sean
multiplicadas. Deja de pensar en lo que
te hace falta. Deja de pensar en lo que
te gustaría que fuera diferente. Comienza
a pensar en cómo puedes entregarte por los demás. Cuestiona cómo puedes llevar el amor de
Cristo a la gente que tanto lo necesita.
Sí. Significa un sacrificio. Significa dar de tu tiempo y de tu esfuerzo. Pero si Cristo entregó su vida por nosotros,
¿no debemos hacer lo mismo?
Oración
Señor:
gracias por haber mandado a Jesús para permitirme reconciliarme contigo. Gracias por ese sacrificio que no
merecía. Hoy entiendo que debo
entregarme por los demás y te pido que me des sabiduría para ver las
necesidades que hay a mi alrededor. Pon un
corazón sensible en mí y un deseo de servir constantemente. Ayúdame a dejar de pensar en mí y en mis
necesidades y aprenda a pensar en cómo entregar mi vida y amar con hechos y no
de palabras. Toma mi vida y utilízame mi
Señor. Te lo pido en Cristo Jesús. Amén
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