En
esto sabremos que somos de la verdad, y nos sentiremos seguros delante de Él:
que aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón
y lo sabe todo. Queridos hermanos, si el
corazón no nos condena, tenemos confianza delante de Dios, y recibimos todo lo
que le pedimos porque obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que le
agrada. Y éste es su mandamiento: que
creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los
otros, pues así lo ha dispuesto.
Cada
uno de nosotros ha nacido pecador.
Nuestro corazón nos condena. Pero
hay una forma de escapar de esta condenación: creyendo en el nombre de
Jesucristo. Ésta es la única manera de
salir de esa esclavitud y oscuridad y poder tener luz y vida eterna. Con esta carta de Juan podemos percibir que la
congregación tenía dudas sobre quién y cómo uno podía ser parte del linaje de
Dios. Si pones atención a lo que hemos
venido estudiando en el capítulo tres, en repetidas ocasiones nos dice cómo
darnos cuenta si somos o no de Dios. Y
estos versos no son la excepción.
Debemos saber que nuestra carne nos condena y aparta del Señor. Debes tener claro que tu cuerpo va en contra
de lo que Dios nos pide. Es el Espíritu
quien nos permite actuar diferente. Es
el Espíritu quien nos abre el entendimiento y trae discernimiento a tu
vida. Es normal que ahora te des cuenta
de cosas que antes no percibías. ¡Ahora
tienes una conciencia que está funcionando!
Antes estaba totalmente parada o la echabas a andar conforme considerabas
necesario. Ahora Dios es quien pone los
parámetros en tu vida y es Él quien te da esa sensibilidad. Por esta razón, Juan nos dice: pero si el corazón no nos condena, tenemos
confianza delante de Dios. ¿Cómo
puede ser que el corazón no nos condene?
En el momento en que creemos en el Hijo de Dios. En ese instante pasamos de ser condenados a
ser perdonados. Pasamos de ser creaturas
de Dios a ser hijos de Dios. Pasamos de
la muerte a la vida eterna. ¿quieres
saber si eres realmente hijo de Dios o sigues viviendo en condena? Pregúntate si crees en Jesucristo y has
confesado su nombre como tu Señor y Salvador.
Pregúntate si en tu corazón está el deseo de servirle y permanecer
pegado a Él. Pero sobre todo, observa
tus acciones. ¿Hablan de un siervo de
Cristo? Recuerda que Dios no quiere que
alabemos de labios para afuera sino de hechos.
Por eso se nos ha repetido una y otra vez que el mandamiento que Dios
nos ha dado es amarnos los unos a los otros.
También nos dice Juan que al cumplir con este mandamiento, todo lo que
le pidamos al Señor nos será dado. Debes
saberlo y creerlo. El problema que tiene
esta aseveración es que se predica incorrectamente. Es un hecho que Dios nos dará todo lo que
pidamos. El problema es que no se
refiere a lo que pidamos para la carne. Recuerda
que nuestro cuerpo es pecaminoso. Se refiere
a todo lo que pidamos en el espíritu. Piénsalo. ¿Tiene sentido que Dios nos de para mejorar
la carne si al final será polvo? Definitivamente
no. Lo que Dios quiere es que crezcamos
espiritualmente. Quiere que maduremos y
seamos testigos de Él en todo lo que hagamos.
Por esta razón, todo lo que pidamos que sea para su gloria, nos será
dado. Tal vez tengas tiempo pidiendo por
algo y no ha pasado nada. Hoy te quiero
animar a que analices tus oraciones. Pon
los principios de Dios en una lista y compáralos con tus principios. ¿Están en el mismo orden? Debemos amarle por sobre todas las cosas,
incluyéndonos a nosotros mismos. ¿Quién
está en el trono de tu vida? ¿Dios o
tú? ¿Amas a tu prójimo o solo aquellos
que te devuelven con bien lo que haces?
¿Obedeces en todo o solo lo que consideras importante? Si quieres que tu corazón no te condene,
debes confesar a Cristo y dejar que Él sea quien gobierne tu vida. Sí. Es
difícil ceder el control. Pero mira
dónde estás parado y cómo has terminado por tomar tus decisiones. Es momento de cederle el control y dejar que
Él tome el trono de tu vida.
Oración
Padre:
primero que nada te pido perdón por mis pecados. Confieso que Jesucristo es el Señor y te pido
porque sea mi Salvador. No quiero que mi
carne me condene sino quiero vivir siendo tu hijo y conforme a tu
voluntad. No quiero seguir tomando malas
decisiones. No quiero seguir caminando
en dirección opuesta a Ti. Toma el trono
de mi vida. Siéntate en él y yo
escucharé tu voz. Heme aquí mi
Señor. En Cristo Jesús te lo pido. Amén
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