Levántate, Jehová; sálvame,
Dios mío; porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; los dientes de
los perversos quebrantaste. La salvación
es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu bendición.
Es tan fácil querer
vengarse. Seamos honestos. Cuando alguien nos lastima, es natural sentir
deseos de hacer algo al respecto. Ya sea
a ti o a los tuyos. Nunca resulta
sencillo controlar el enojo o la ira.
Sin embargo no quiere decir que sea imposible actuar de otra
manera. No quiere decir que no tengamos
opción y por lo tanto tenemos justificación para reaccionar mal. El pasaje de hoy debes memorizarlo y
guardarlo en tu corazón para tenerlo siempre listo. La lucha le pertenece a Jehová. No a ti.
No a mí. A Dios. La salvación es de Él. Y también es Él quién destroza a nuestros
enemigos que son sus enemigos. Él es
quien merece la gloria y, como dice el versículo 7, que sea quien se levante y
sea exaltado.
En cualquier evento
deportivo, el ganador siempre se le pone en el podio más arriba que cualquier
otro competidor simbolizando que es más grande, o mejor, que los demás. Cuando leo, levántate Jehová, pienso en cómo
puedo poner a Dios en ese podio por encima de todo. De mis sentimientos. De mi vida.
De mi ego. De mi orgullo. De mi mismo.
Él tiene que estar siempre en el primer lugar del podio y no yo. Él tiene que levantarse mientras yo
permanezco sentado esperando en Él.
¡Pero nos encanta pararnos! ¡Nos
encanta querer tomar acción! Sin
importar lo equivocados que podamos estar, pensamos que esperar y dejar que Dios
se encargue no tiene sentido. Dejemos
esta forma de actuar en el pasado.
Dejemos de cometer tantos errores por estar quitando constantemente al
Señor del podio. Controla tus
palabras. Controla tus
pensamientos. Entrégalos a Jehová y deja
que Él sea quien aplaste a tus enemigos.
Mientras tanto, busca darle toda la gloria a Él. Busca servirle. Busca agradarle. Busca compartirle.
Oración
Padre: definitivamente tu
palabra me lleva en dirección opuesta a mis deseos y voluntad. Yo entiendo que tu camino es mejor que el mío
y quiero seguirlo. Te entrego mis
rencores, enojos y deseos de venganza. Confío
en que Tú te encargarás de todo y mientras tanto yo buscaré servirte. En el nombre de Jesús. Amén
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