Todos los que viven por las obras que demanda la ley están bajo maldición, porque está escrito: Maldito el que no aplica fielmente todo lo que está escrito en el libro de la ley. Ahora bien, es evidente que por la ley nadie es justificado delante de Dios, porque “el justo por la fe vivirá”. La ley no se basa en la fe; por el contrario, “el que practica estas cosas vivirá por ellas”. Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros, pues está escrito: maldito todo el que es colgado de un madero. Así sucedió para que, por medio de Cristo Jesús, la bendición prometida a Abraham llegara a las naciones y para que por la fe recibiéramos el Espíritu según la promesa.
Me encanta ver documentales. Hace unos meses vi uno de leones y otros felinos. Estaba sumamente bien hecho y su fotografía era extraordinaria. Pero algo que iba más allá de todo lo que, como humanos podían hacer, fue captar la relación entre una madre y su hija. La madre tuvo que pelear contra otro león para defenderla. Salió herida. La manada siguió caminando y ella no pudo seguir el paso. La hija se quedó con ella a pesar de que sus posibilidades de sobrevivir se redujeron drásticamente al hacer esto. Finalmente logran alcanzar a la manada y pueden volver a tomar alimento. Nuevamente llegan otros leones a atacarlos y la madre vuelve a luchar. Esta vez, no tuvo éxito. La diferencia es que su hija ya estaba lo suficientemente grande para seguir por sí misma. Una tragedia, un momento triste, llevó a otro momento increíble. Mientras lo veía, lloraba de tristeza y luego de felicidad y así sucesivamente. No podía creer el amor tan increíble que tenía el animal por sus cachorros. No podía entender el sacrificio tan grande que realizaba por ellos. No podía entender la protección que daba sin importar sus condiciones. ¡Es impresionante! Hoy entiendo que así es mi Dios y mucho más. ¡Amén! Hoy puedo entender un poco más el gran amor que el Señor tiene para con nosotros. No se quedó siendo Dios. No está allá en las galaxias o en el cielo. Está aquí conmigo. Está aquí buscándote. Se hizo hombre. Nos dejó un ejemplo de cómo vivir. Después, murió de la forma más vil y cruel que pudiera existir. Todo para librarnos a nosotros de atravesar ese sufrimiento. Como padre amoroso y protector, se puso a si mismo para que no sufriéramos y Él sufrió en nuestro lugar. Cada pecado pagó. Cada falta pagó. No dejó nada pendiente sino que su sacrificio cubrió nuestra deuda. Se hizo maldito al ser colgado en un madero para que nosotros pudiéramos ser benditos ante Él. Entregó su vida para que nosotros pudiéramos tener vida eterna. Llevó nuestras cargas para que nosotros ahora podamos llevar la suya. Todo esto para cumplir con las promesas que se le dieron a Abraham y completar Su plan perfecto. Este amor tan grande, esta gracia y misericordia que recibes del Señor, debe estremecer tu cuerpo. Debe transformar tu forma de ver las cosas. Todo su sufrimiento fue para que hoy tú pudieras entender que no debes vivir haciendo obras buenas. Ese sacrificio fue para que entendieras su amor incondicional y su búsqueda para que te reconcilies con Él. Deja de pensar que eres bueno. No lo eres. No lo soy. Solamente podemos ser justificados por la fe en Cristo y así es como debemos vivir. Para Él. Ya se entregó por ti. Ya sufrió por ti. Ahora, ¿Qué vas a hacer? Reconcíliate. Obedece su palabra. Camina bajo su voluntad.
Oración
Señor: te pido perdón por mis pecados y te agradezco infinitamente el sacrificio tan grande que has hecho por mí. No lo merezco Señor. Gracias por amarme a pesar de tantas faltas contra Ti. Gracias por perdonar lo que creía imperdonable. Gracias por traer esperanza y sentido a mi vida cuando pensaba que no había nada frente a mí. Te pido que mi vida pueda servirte. Te pido que en mi corazón y en mi mente siempre recuerde lo que has hecho por mí y pueda vivir haciendo lo mismo por los demás. En Cristo Jesús. Amén
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