Queridos hermanos,
ésta es ya la segunda carta que les escribo. En las dos he procurado
refrescarles la memoria para que , con una mente íntegra, recuerden las
palabras que los santos profetas pronunciaron en el pasado, y el mandamiento
que dio nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles.
Si me preguntas,
¿qué es lo que más trabajo te cuesta entregar a Dios? Mi respuesta sería rápida: mi paciencia. Mejor dicho, mi falta de paciencia. No sé por qué me desespero tan rápido. Es como una fuerza que se apodera dentro de
mí y me pongo de mal humor sin tener razón.
Obviamente algo me dice que sí tengo razón en ponerme así. Pero después de un tiempo debo aceptar que
estaba equivocado. Mi paciencia tiene
mucho por crecer. Es algo que últimamente
he meditado en especial a través de mi perro.
Sí. Mi perro. Es rescatado de la calle y tiene todavía
algunos problemas. Le he dedicado mucho
tiempo. Mucho. Por eso, cuando vuelve a hacer algo mal, me
enciendo por dentro. Todo para después
arrepentirme cuando veo que él me sigue amando incondicionalmente. Me hace pensar mucho en Dios. Me hace entender la manera en la que Dios nos
ama. Nosotros le fallamos. Cometemos errores una y otra vez. Sin embargo, Él no se desespera. Él no se llena de cólera contra mí por ser la
3ra, 5ta o 10ª vez que le fallo. Él está
ahí. Con los brazos abiertos. Así también está Tomás mi perro. Yo me enojo por lo que hace mal, lo regaño,
lo corrijo y me enojo con él. Todo para
que él siga siendo sumamente fiel y amoroso a mí. ¡Qué enseñanza tan grande! ¡Eso es amor incondicional! ¡Eso es lealtad! Honestamente quebranta mi corazón su
comportamiento. Así también quebranta
todo mi ser el entender que Dios me ama a pesar de todo lo que hago mal. Me humilla tanto amor inmerecido. Me aplasta tanta misericordia. Precisamente paciencia y amor es lo que
siento cuando leo las palabras de Pedro en esta carta: esta es la segunda vez que les escribo recordándoles sobre el
mandamiento de nuestro Dios. Si
hubiera sido mi carta, mis palabras, probablemente irían con un tono más de
regaño o reclamo: ¡es la segunda vez que les escribo! ¿qué no entendieron a la primera? Si consideramos que estas palabras vienen de
aquél que negó a Cristo tres veces, probablemente es el indicado para hablar de
paciencia y amor a pesar de nuestros errores.
Pedro mismo experimentó el perdón de Dios después de haberle
fallado. ¿Cómo no actuar de la misma
manera con los demás? Una vez que
experimentamos el amor del Señor, su gracia, su misericordia y su perdón,
nuestro deber es ir y hacer lo mismo con nuestro prójimo. Así lo hizo Pedro. Por eso escribe su segunda carta. Porque necesitamos más oportunidades. Porque necesitamos que nos tengan
paciencia. Porque necesitamos que nos
amen a pesar de que nos equivocamos.
Seamos pacientes con nuestros hermanos y seres queridos. Entendamos la paciencia que el Señor tiene
con nosotros y llevémosla a los demás imitando ese comportamiento.
Oración
Señor: no merezco
tanto amor y paciencia. Te pido perdón
por mis pecados. Te pido que pueda
imitar todo lo bueno que haces conmigo y lo lleve a las demás personas. Te pido que pueda ser paciente, amoroso y
misericordioso. Te pido que mi vida sea
luz para que la gente conozca de Ti. En
Cristo Jesús te lo pido. Amén
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