Pablo se quedó mirando fijamente al Consejo y dijo: hermanos, hasta hoy yo he actuado delante de Dios con toda buena conciencia. Ante esto, el sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban cerca de Pablo que lo golpearan en la boca. ¡Hipócrita, a usted también lo va a golpear Dios! Reaccionó Pablo. ¡Ahí está sentado para juzgarme según la ley! ¿Y usted mismo viola la ley al mandar que me golpeen? Los que estaban junto a Pablo le interpelaron: ¿Cómo te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? Hermanos, no me había dado cuenta que es el el sumo sacerdote, respondió Pablo, de hecho está escrito: no hables mal del gobernante de tu pueblo.
¿Por qué ordenan golpearlo? Probablemente por la presunción de Pablo. De cierta manera sus palabras son un tanto irrespetuosas en la cultura judía. Por otro lado, según el historiador Josefo, nos dice que no era raro ver a Ananías amedrentando a otros judíos o sacerdotes.
Veamos con detalle las reacciones de Pablo. Primero quiere hablar sobre su conciencia limpia, pero termina siendo irrespetuoso ante el consejo. Segundo, al ser golpeado, decide acudir a Dios para señalar la hipocresía de aquél que lo golpea sin entender quién era. Tercero, decide arrepentirse pues sabe que había hecho mal en juzgar al sumo sacerdote.
Como siempre, me gusta relacionar lo que sucede en los pasajes con nuestra vida hoy en día y este pasaje no es la excepción. El primer punto me lleva a reflexionar sobre nuestra forma de hablar y en especial de compartir a Jesús. ¿Cuántas veces no hemos compartido mal a Cristo por ser presuntuosos? ¿Cuántas relaciones no se han lastimado por querer aplastar a los de enfrente? Tal vez con buenas intenciones, el compartir a Cristo, pero llevado a cabo de una mala manera. Debemos ser humildes y sencillos. Recuerda que Jesús lavó los pies de sus discípulos. El acto considerado más bajo en la cultura. Esta actitud es la que debemos tener siempre para servir a nuestro Dios y a nuestro prójimo. No nos corresponde juzgar ni criticar sino llevar el amor y la misericordia que el Señor nos ha dado en abundancia para que esas bendiciones lleguen a más personas. Debemos cuidarnos de nosotros mismos. Nuestro ego, nuestro orgullo, pueden ser muy dañinos en nuestra comunión con Dios.
El segundo punto nos invita a llevar una vida de congruencia. Si decimos que creemos en Dios, pues vivamos conforme a su voluntad. Leamos su palabra y vivamos conforme a ella. ¿Qué sentido tiene decir que creemos en esto o aquello y nuestros actos lo niegan? Recuerdo que uno de los principales motores que me motivaron a entregar mi vida y comprometerme con Dios se dio al sentirme mal de tanta incongruencia en mi creencia de Cristo y mis acciones. Piénsalo. Dios es uno solo y no está sujeto a las características que cada persona le otorgue. Él es Dios y sus atributos y mandamientos están bien definidos en la biblia.
El tercer punto nos lleva a recordar que, como la biblia lo dice, Dios pone y quita reyes. No nos corresponde a nosotros juzgarlos ni insultarlos. ¿No te gusta tu gobernante? Ora por él. Haz oración por tu ciudad. Al momento en que Pablo se enteró que estaba siendo mal educado con el sumo sacerdote reconoce inmediatamente que había reaccionado de forma incorrecta. Así como juzgó, también se arrepintió. Practica el arrepentimiento en tu vida. Reconoce que te equivocas y pide perdón. Esto es importantísimo para tu vida. Primero pide perdón a Dios y luego a aquellos que has ofendido. Ofrece un perdón sincero y date cuenta que has lastimado a tu prójimo.
Espero que con estos tres principios puedas meditar en tus actos y pensamientos. Espero que te motiven a querer acercarte más a Dios y a querer cambiar tu vida conforme a su palabra.
Oración
Señor: no quiero seguir viviendo sin congruencia entre lo que pienso, creo y hago. Sé que quiero seguirte y quiero que mis actos y pensamientos estén en línea con los tuyos. Dame sabiduría y humildad. Dame amor y misericordia para que pueda vivir así con mi prójimo. No quiero juzgar ni criticar y sobre todo, quiero aprender a reconocer mis errores y pedir perdón humildemente. Te lo pido en Cristo Jesús. Amén
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