En cada iglesia nombraron ancianos y, con oración y
ayuno, los encomendaron al Señor en quien habían creído. Atravesando Pisidia, llegaron a Panfilia, y
cuando terminaron de predicar la palabra en Perge, bajaron a Atalia. De Atalia navegaron a Antioquía, donde se los
había encomendado la gracia de Dios para la obra que ya habían realizado. Cuando llegaron, reunieron a la iglesia e
informaron de todo lo que Dios había hecho por medio de ellos, y de cómo había
abierto la puerta de la fe a los gentiles.
Y se quedaron allí mucho tiempo con los discípulos.
Ahora que están tan de moda los programas de la vida
real o “reality shows”, esto que estamos viendo con los discípulos podría ser
un excelente candidato para un nuevo show.
Viajando a distintas ciudades.
Siempre con escenarios diversos así como culturas. En algunas ocasiones todo sale excelente pero
en otras su vida ha sido puesta en peligro.
Así, poco a poco, día con día, nos iríamos dando cuenta de cómo Dios
está trabajando desarrollando su plan.
De la misma manera se desarrolla nuestra vida. Tenemos diversos acontecimientos. A veces alegrías, a veces tristezas. Nuevos retos.
Nuevos lugares. Nuevas
personas. Pero hay días en los que
simplemente te gozas por estar siguiendo al Señor y saber que estás en el
camino correcto. Así imagino a los
discípulos en estos últimos versículos.
Habían pasado momentos sumamente difíciles y situaciones que jamás
pensaron poder vivir para contarlas.
Pero ahí estaban. Caminando. Navegando.
Reuniéndose con los demás discípulos y fortaleciendo su fe. Ahí estás tú también. Sigues sin entender bien cómo el Señor se ha
encargado de todo, pero no dejas de estar agradecido.
Algo que llama mucho mi atención es que al llegar a
Antioquía, se dedicaron a compartir cada detalle de lo que había sucedido en
sus distintos viajes. Me hace pensar en
lo bueno que es compartir nuestras experiencias y abrir nuestra vida a los
demás. Seguramente no contaron solamente
los momentos fáciles y felices. Estoy
convencido que los intentos de lapidadas que recibieron, también fueron
compartidos en esas pláticas. Piensa en
esto: por qué nos cuesta trabajo abrir nuestras experiencias. ¿Por qué preferimos el anonimato y la
soledad? Mi primera respuesta sería para
no exponernos a ningún tipo de crítica o juicio. Preferimos callar y llevar nuestra vida de
manera muy privada. Si bien, no estamos
exentos de encontrarnos con tales críticas, te animo a que reflexiones en las
bendiciones que te estás perdiendo por no abrir tu vida espiritual a los
demás. Compartir lo que te sucede, tus
miedos y tus alegrías con personas que te ayudarán y motivarán a seguir en tu
peregrinaje con el Señor. ¡Es lo mejor
que podemos hacer! Además, aunque no lo
creas, tú vida sirve como testimonio y motivación para otras personas. No minimices el impacto que puedes tener en
alguien más solamente por abrir tu vida y compartir por todo aquellos que has
atravesado y cómo Dios ha tomado parte en ello.
Oración
Señor: cuantas gracias te doy por siempre estar al
pendiente de mí. Te pido Señor que pueda
aprender a compartir mis experiencias con los demás y que no dude del impacto
que pueda causar. Gracias en el nombre de
Jesús. Amén
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