Entonces intervinieron algunos creyentes que
pertenecían a la secta de los fariseos y afirmaron: Es necesario circuncidar a
los gentiles y exigirles que obedezcan la ley de Moisés. Los apóstoles y los ancianos se reunieron
para examinar este asunto. Después de
una larga discusión, Pedro tomó la palabra: Hermanos, ustedes saben que desde
un principio Dios me escogió de entre ustedes para que por mi boca los gentiles
oyeran el mensaje del evangelio y creyeran.
Dios, que conoce el corazón humano, mostró que los aceptaba dándoles el
Espíritu Santo, lo mismo que a nosotros.
Sin hacer distinción alguna entre nosotros y ellos, purificó sus
corazones por la fe. Entonces ¿por qué
tratan ahora de provocar a Dios poniendo sobre el cuello de esos discípulos un
yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido soportar? ¡No puede ser! Mas bien, como ellos, creemos que somos
salvos por la gracia de nuestro Señor Jesús.
Parece algo obvio lo que Pedro dice y debería ser muy
fácil de aceptar. La realidad es que no
lo es. Me parece que este es uno de los temas más difíciles en cuanto a
Dios y la salvación. Las personas
escuchan el evangelio. Lo
entienden. Creen en él pero después
comienzan a dudar sobre la gracia y lo increíble que es. “¿Solamente debo arrepentirme de mis pecados
y aceptar a Cristo?” “¿Cómo es posible que ya no tenga que hacer nada más para
ir al cielo?” “Yo creo que debo portarme
bien y hacer esto o aquello”. “Tal vez
sea bueno dejar de comer tal cosa por un tiempo”. “También puedo cambiar e ir los domingos a
escuchar de Dios”. Si bien, somos
renovados en Cristo, este tipo de cambios no son los que provienen de
Dios. Provienen de una persona que
quiere seguir trabajando a su manera y utilizar el evangelio como complemento o
recurso de emergencia. Jesús cargó la
cruz que llevaba todos nuestros pecados y murió en ella haciendo el sacrificio
único y perfecto para que a través de su sangre pudiéramos ser redimidos y
reconciliados con Dios Padre. Si puedes
entender esto, puedes dar el siguiente paso y comprender que realizar un sacrificio
extra está totalmente fuera de lugar.
Jesús ya lo hizo todo.
Circuncidarse o no ya no era relevante.
Cumplir la ley de Moisés al pie de la letra ya no era el camino para ir
al cielo. El camino es Cristo y
alcanzado a través de su sangre, misericordia y su gracia ofrecida a nosotros. Pedro reconoce que era imposible llevar la
carga de la ley y llevarla a perfección.
Por eso cuestiona a los fariseos y trata de hacerles ver su error. “Entiendo
que estaban acostumbrados a estas cosas, pero recuerden cómo Dios les ha
recibido y dado el Espíritu Santo y no ha hecho distinción alguna entre
nosotros y ellos”.
Debemos entender el amor tan profundo de Dios para con
nosotros. Le dimos la espalda. Lo negamos.
Lo sacamos de nuestras vidas.
Quisimos vivir a nuestra manera y aun así, Él se mantuvo fiel y siempre
nos esperó con los brazos abiertos. Su
amor no fue más ni menos. Siempre estuvo
ahí. Y ahora que venimos a Él, podemos
caer de rodillas y pedir perdón por
nuestros pecados y aceptar su gracia que nos es ofrecida sin merecerla. Ya no se trata de obras sino de comprender un
amor incondicional que nos es ofrecido a través de Cristo.
Oración
Padre nuestro: te pido perdón por mis pecados. Te pido que pueda entender este amor tuyo tan
grande y pueda aprender a vivir en tu camino. Gracias por enviar a Jesús y por siempre estar
ahí de manera incondicional. Gracias Señor
por tus bendiciones y por recibirme sin merecerlo. En el nombre de Jesús. Amén
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