Venimos de leer en el versículo
anterior que su mirada se mantiene en Jehová y que vive convencido que Él le
libra de los problemas y tentaciones para llegar ahora a un punto donde parece
que no puede más. David se siente solo y
afligido. Sus angustias no disminuyen
sino al contrario van en aumento. ¿Qué
está pasando? ¿Fueron palabras vanas las
del versículo 15? ¿Hipocresía? Nada de eso.
De hecho, todo lo contrario. David
nos abrió su corazón sin temor ni restricción.
Nos enseñó en dónde estaba su esperanza y hacia dónde buscaba
dirigirse. Sin embargo, esto nos enseña
que es normal atravesar momentos así. Escuchamos
la palabra de Dios y nos motivamos. Nos llenamos
de energía y salimos adelante. Todo para
que unos días después volvamos a caer.
¿Ya te identificaste? No eres el
único. Nos pasa a todos. Lo importante es entender que cuando uno pone
la mirada fija en el Señor, a pesar de que vuelvan momentos como en el que
leemos hoy, donde la aflicción y las angustias crecen, nosotros no somos los
mismos conforme avanzan los días. Me explico
mejor. Conforme atravesamos situaciones
donde nuestra fe es puesta a prueba y buscamos mantenernos firmes en el Señor,
a pesar de que lleguen momentos donde volvamos a gritar por ayuda, ya no somos
iguales a la primera vez que lo hicimos.
Tal vez no lo puedas notar pero conforme va pasando el tiempo y la
prueba continúa, tu carácter se sigue forjando.
Piensa en algún momento donde hayas tenido una circunstancia
difícil. Piensa cuánto cambiaste después
de ese evento. Cuando estabas a la mitad
de todos los problemas te resultaba imposible darte cuenta de los avances que
estabas realizando pero ahora que puedes verlo en retrospectiva es mucho más
sencillo. ¿Lo estás entendiendo? Entonces no se trata de nunca llorar, sufrir,
tener aflicción o congoja sino de entender que es parte del proceso que uno
debe atravesar para que Cristo moldee nuestro corazón a imagen suya. No debemos sentirnos cabizbajos porque
nuevamente estamos acudiendo al Señor por auxilio. No debemos sentirnos derrotados porque
estamos clamando a Dios y sentimos que no podemos más. ¡Ese es Satanás acusándote y queriendo
aplastar la esperanza que Dios ha puesto en ti!
¿Te das cuenta? Medita un momento
en esto pues es muy importante. Mira cómo
David termina diciendo: perdona mis pecados.
Expone lo que hay en su corazón al Señor y en ningún momento se olvida
de su estatus de pecador. No le exige a
Dios. No se pone a su nivel sino que en
todo momento entiende que Él es el Creador y David el creado. No le reclames a Dios por lo que pasa en tu
vida. Probablemente tú ocasionaste gran
parte de lo que estás pasando. Si no,
tampoco tienes motivo para hacerlo.
¿Quién eres tú para cuestionar al Dios Todopoderoso, el Dios que te
permite vivir un día más?
No sé qué está pasando por tu vida
en este momento ni tus sentimientos al leer lo que escribo. Lo que sí te puedo asegurar es que Jehová
está con los brazos abiertos queriendo escuchar todo lo que tienes dentro de tu
corazón y que está aplastándote tanto que no puedes seguir adelante. No estás solo. Dios te ama y quiere estar contigo. Así como David le abrió su corazón y le
expuso sus sentimientos, te recomiendo que hagas lo mismo. Sean de angustia o de alegría, abre tu
corazón y disfruta de un tiempo íntimo con el creador. Deja que tu corazón se haga chiquito y salgan
lagrimas ante tanta grandeza e inconmensurable amor.
Oración
Señor: gracias. Gracias por rescatarme. Gracias por abrazarme. Gracias por amarme. Toma mi vida.
Toma mis problemas y todo lo que he venido cargando y que está
aplastando mi esperanza. Padre, perdona
mis pecados y aléjame del mal. Guíame por
tu camino y no permitas que me aparte de Ti.
En Cristo Jesús. Amén
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