Acuérdate Señor de tu ternura y gran
amor que siempre me has mostrado, olvida los pecados y transgresiones que
cometí en mi juventud. Acuérdate de mí
según tu gran amor porque Tú, Señor, eres bueno.
Considero que me encuentro en el
promedio (ni mucho ni poco) de cosas que hice en mi juventud. No creo que haya hecho muchas cosas malas
pero tampoco me comporté debidamente. De
hecho, hay cosas que hice que no me gustaría que mis hijos repitieran y seguramente
mis padres han de haber atravesado por algo similar. La juventud es increíble. Todo está por delante y hay pocas
responsabilidades que nos frenen.
Nuestro cuerpo está en plenitud y queremos comernos el mundo. Tristemente es también en esta época cuando
cometemos muchos errores que traerán consecuencias para toda nuestra vida. Hay relaciones sexuales
prematrimoniales. Hay hijos. Hay abortos.
Hay drogas. Hay depresión. Bulimia.
Anorexia. Suicidios. Tristemente la lista es grande y en general,
hay exceso de todo. Todo esto lo vamos
cargando en nuestra espalda y peor aún, muchas veces seguimos con estas
actitudes. Tal vez no te des cuenta pero
ahí lo traes y no te deja caminar correctamente. Estés en donde estés, adolescente, adulto o
adulto mayor, cada uno de nosotros debe meditar en lo que hemos hecho y hacia
dónde vamos. Así como los jóvenes no
piensan en las consecuencias, los adultos se llenan de orgullo y no piensan que
pueden estar equivocados. Por ello las
palabras de David resultan hermosas y perfectas: acuérdate de tu ternura y gran
amor. Si pensamos en todo lo que hemos
hecho mal, no tenemos otra opción que clamar por la ternura y gran amor del
Señor. De lo contrario, ¡nos esperaría
un juicio inmediato! David cometió
grandes errores. Adulterio. Asesinato.
Traición. Y sufrió las
consecuencias durante toda su vida. Sin embargo,
él acudió a Jehová con la rodilla y el corazón humillado y ahora le recordamos
como a una persona con un corazón conforme a la voluntad de Dios. ¡Cómo es posible! ¿Un asesino?
¿Corazón conforme a la voluntad de Dios?
No soy yo quien decide a quién se perdona y a quién no sino Dios. Él examina minuciosamente nuestros corazones
y, a través de la sangre de su Hijo Jesús, nos permite reconciliarnos con
Él. Ternura y gran amor. No lo merecemos ni podemos hacer algo para
ganarnos esa ternura o ese gran amor y sin embargo, él lo derrama sobre
nosotros. Dios es bueno. Dios es amor.
¡No lo olvides! Sin embargo, no
debemos confundirnos. Ese amor y esa
bondad no es eterna para todos. Llegará el
día en que seamos llamados a cuentas y no se extenderá más ese amor sobre
aquellos que no le reconocieron. Se acabará
la bondad sobre todos los que negaron a su Hijo. Por el contrario, a los que le conocemos, le
amamos y le obedecemos, su amor y su gracia sobreabundan y desaparecen nuestro
pecado.
De jóvenes cometimos muchos
errores. Me encantaría pensar que ahora
no los cometemos pero la realidad es que seguimos siendo pecadores y seguimos
cayendo. Lo importante es mantenernos
firmes en el Señor y subir escalón tras escalón en nuestro crecimiento
espiritual de la mano del gran amor y ternura de nuestro Dios.
Oración
Padre: perdóname. No permitas que arrastre mis pecados y no
pueda caminar libremente. Ayúdame a
entender que Tú perdonas a los que nos arrepentimos y que tu gran amor y
ternura sobrepasan mi pecado. No quiero
apartarme de Ti y seguir tomando malas decisiones. Guíame.
Muéstrame el camino que tienes para mí pues quiero caminar solamente por
donde Tú muestres. Te lo pido en Cristo
Jesús. Amén.
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