Personalmente nunca tuve mucho
problema en no hacer lo que todos estaban haciendo. Obviamente de niño, si todos jugaban o se
portaban mal, ahí estaba yo también. A lo
que me refiero es que tengo el recuerdo desde niño a siempre cuestionar lo que
hago y tratar de entender por qué lo hago.
Por ejemplo: en secundaria tuve una etapa en la que cada semana hablábamos
de los equipos de fútbol que habían ganado y perdido. Obviamente, como buenos adolescentes, las pláticas
eran más bien molestarse unos a otros cuando un equipo venció al otro o en
general cuando perdía tu equipo. Conforme
pasó el tiempo comencé a cuestionarme lo que estaba pasando. Yo nunca decidía sobre qué jugadores estaban
en la cancha y mucho menos me preguntaban qué pensaba sobre “mi equipo”. Noté también que se volvía un tanto monótono
semana tras semana molestarnos unos a otros por lo que habían hecho “nuestros”
equipos. Llegó un punto donde me cansé
lo suficiente y dejé de ver fútbol o de tener “mi equipo”. ¿Qué tiene que ver esto con el devocional de
hoy? Te pido lo leas de nuevo con mucho
detenimiento teniendo en cuenta lo que te acabo de platicar. Hay muchas cosas que nosotros no podemos
controlar, sin embargo, uno de los factores más importantes de nuestra vida sí
depende de nosotros: con quién pasamos tiempo.
Piénsalo. Es muy simple. ¿Con quién pasaste tiempo en las últimas dos
semanas? ¿Qué tipo de conversaciones
tuviste? Si algo de verdad puedes
encontrar en este mundo es que nuestras relaciones modelan mucho nuestro
ser. Ya sea para crecer como hijos de
Dios o por el contrario, para dar rienda suelta a nuestra carne, las personas que
están a tu alrededor influyen de una manera importantísima. Tristemente el miedo hace que muchas personas
permanezcan en relaciones dañinas y autodestructivas. ¡Cuántas veces has estado con alguien que
sabías que no era buena influencia y aún así continuaste esa relación por
miedo! ¿Cuántas veces has hecho lo que
no debías por miedo ha ser rechazado, señalado o recibir burlas? Pon atención: hacer lo correcto no es
popular. Hacer lo correcto requiere
carácter. Uno necesita estar firme en
sus principios y poner al Señor por encima de todo para realmente despojarse de
uno mismo y tener fuerza para decir no en los momentos correctos. ¿Cómo saber cuándo decir que sí o que
no? Fácil. David nos da la respuesta: siempre ando en Tu
verdad. Lee la biblia y aprende los
principios de Dios. Cuestiona lo
siguiente: ¿esto que hago trae gloria a Dios; me hace amar a mi prójimo;
fortalece mi comunión con Él; me hace crecer espiritualmente; agrada a
Jehová? Las respuestas deben ser un
simple sí o no. Si no puedes contestar
así, lo más probable es que estás poniendo pretextos para hacer tu voluntad por
encima de la de Dios. Se honesto. Yo he caído en la misma trampa y por eso
escribo sobre ello. Buscamos por un lado
y por otro para tratar de acomodar a Dios a lo que queremos. La realidad es que así no funcionan las
cosas. El salmo de hoy es increíblemente
simple y muy poderoso al mismo tiempo: guíate en la sabiduría de Dios y pon atención
con quiénes te rodeas. No tomes esto a
la ligera. Las personas que están a tu
alrededor influyen mucho más de lo que te imaginas y pueden hacerte crecer
inmensamente o por el contrario traer destrucción a tu vida. Pon a los pies del Señor tus amistades. ¿Tienes un novio o novia y no sabes qué
hacer? Entrega esa relación a Dios y
pide que te saque de ahí si esa persona no es para ti. Las personas que no quieren agradar a Dios
mienten, dicen chismes, son hipócritas, tienen envidias y no buscan lo que es
mejor para ti. Ojo, también aquellos que
creen en Dios pueden caer en estos mismos errores pero la probabilidad es menor
pues el objetivo en común es dejar atrás esa naturaleza caída. Así que, en conclusión, pon mucha atención a
tu manera de conducirte. Cuestiona por
qué haces las cosas. Cuestiona por qué
te juntas con esta persona o aquella. Cuestiona
qué tipo de consejo recibes en situaciones difíciles y sobre todo, no temas en
cortar relaciones que sean destructivas.
Cuestiona. Cuestiona. Cuestiona.
Oración
Padre: pongo a tus pies todas mis
relaciones. Pongo a tus pies mi vida
para que me guíes siempre en tu amor y verdad.
Abre mis ojos, mi entendimiento y mis deseos para poder discernir de
aquellas relaciones que son piedra de tropiezo para mi crecimiento
espiritual. Dame fuerza y fe para
entender dónde debo cortar el hilo y tomar otro camino. No permitas que el miedo me paralice. Gracias por mostrarme cuánto daño o bendición
puede traer a mi vida una mala relación.
Oro a Ti, en el nombre de Jesús. Amén.
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