Proclamaré
tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré. ¡Alaben al Señor los que le temen! ¡Hónrenlo, descendientes de Jacob! ¡Venérenlo descendientes de Israel! Porque él no desprecia ni tiene en poco el
sufrimiento del pobre; no esconde de él su rostro sino que lo escucha cuando a
él clama.
¿Dónde
está Dios en tu vida? No respondas
rápidamente. Piénsalo. piénsalo muy bien. ¿Qué es lo primero que haces al
levantarte? ¿Qué es lo último que haces
antes de dormir? ¿Qué es lo que haces
cuando te encuentras en un problema?
¿Qué es lo que haces cuando te dan una buena noticia? Te voy a platicar una historia personal:
desde hace tiempo que acepté a Cristo en mi corazón y entregué mi vida a él,
sin embargo, tiene poco que aprendí a adorarle y proclamar su nombre cuando
estoy en la congregación. ¿Cómo? Simple.
Aprendí a levantar mis manos. Al principio
me daba pena. También pensaba que era
para algún fanático o algo así. Poco a
poco, el Señor me fue mostrando lo equivocado que estaba y, de cierta manera,
me puso en mi lugar. Si al escuchar una
canción que me gusta, mi cuerpo se mueve y la canto, cómo es posible que no
haga lo mismo al alabar al Señor. Viendo
a mi hijo que todavía es un bebé emocionarse por escuchar una canción con ritmo
y ponerse a bailar sin dudar me hizo meditar en mi actitud en las
alabanzas. No cantaba ni canto solo por
cantar. Siempre he puesto atención en
las letras e incluso he tenido momentos en los que salen lágrimas al
cantar. Sin embargo, cuando leo el
pasaje de hoy que nos habla de proclamar su nombre a los hermanos y alabarle en
la congregación, no puedo dejar de pensar en el momento en que decidí levantar
mis manos y verdaderamente alabar al Señor.
¿Cuántos no le gritan a su artista favorito? ¿Cuántos no encienden luces en los
conciertos? ¿Cuántos no brincan cuando
escuchan una canción en un concierto? Entonces
¿por qué le cantamos y alabamos al Señor como si fuera una carga? Los versículos de hoy nos dicen: proclama su
nombre, alábalo, hónralo y venéralo. Jehová
siempre cumple y está ahí escuchándonos cuando estamos en problemas. Nos llena de su amor y de su consuelo. Nos da esperanza y nos levanta cuando estamos
en el suelo sin fuerzas ni ánimos. ¿Cómo
no levantar las manos al que realmente merece la alabanza? Ahora me llena de gozo el ir a la iglesia y
poder alabarle como se merece. Me llena
de gozo cantarle y reconocer lo que hace en mi vida. Como dice el pasaje de hoy: Dios no tiene en
poco tu sufrimiento ni se esconde cuando clamas a él. Devolvamos un poco de lo mucho que él nos da
con la alabanza correcta, proclamando su nombre, honrándole y venerándole. Es lo menos que podemos hacer. El pastor de la iglesia en algún momento
dijo: cuando un policía te detiene, uno levanta las manos en señal de rendición. Hagamos lo mismo con la alabanza al
Señor. Levanta tus manos y dile a Jehová
que te rindes ante él.
Oración
Padre:
gracias por permitirme vivir en un lugar donde puedo alabarte y proclamar tu
nombre libremente. Me rindo ante
Ti. Te entrego mi vida y te pido que
seas Tú quien reine en todo momento. Te pido
que pueda aprender a alabarte y glorificarte de manera agradable a Ti. Transforma mi vida y lléname de tu amor para
que pueda llevarlo a todos los que me rodean.
Te lo pido en Cristo Jesús. Amén
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