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12 oct 2021

Salmos 39:11 Tú reprendes a los mortales, los castigas por su iniquidad; como polilla, acabas con sus placeres. ¡Un soplo nada más es el mortal!


Estoy leyendo un libro que habla sobre cómo la tecnología ha sido mucho más rápida que las regulaciones y, por consecuencia, los mercados o bolsas de valores, se ven afectados por personas que toman ventaja de esto.  En este libro relatan la historia de una persona que quería exponer ciertos abusos que estaban ocurriendo y se frustraba que dentro de su misma empresa no lo dejaban o limitaban lo que podía decir.  La historia en general nos muestra una y otra vez, cómo el ser humano termina haciendo lo injusto y se aprovecha de su prójimo para beneficio propio.  Obviamente no estoy diciendo que todos actúan así.  Lo que digo es que este tipo de historias se repiten constantemente.  De una u otra manera hay abusos, engaños, robos o algún otro tema donde se benefician algunos en perjuicio de otros.  

La versión Reina Valera 1960 traduce iniquidad como pecado, por lo que leemos, Tú castigas al hombre para corregirlo por su pecado.  ¿Cuáles son las palabras clave de lo que nos dice este pasaje?  Que es Dios quien los reprende o castiga y no nosotros.  ¿Lo puedes entender?  A nosotros no nos corresponde sino a Dios.  Por esta razón termina diciendo que no somos nada más que un soplo o vanidad.  Un buen baño de agua fría para entender quiénes somos.  Sin importar tus circunstancias ya sean de poder o económicas, realmente no eres nadie. Necesitas comer como los demás.  Te enfermas igual que los demás y mueres igual que los demás dejando absolutamente todo en esta tierra y tu cuerpo convertido en polvo.

A veces perdemos tiempo, esfuerzo y hasta dinero tratando de corregir lo que está pasando cuando Dios nos está diciendo que es Él quien se encargará de todo sin importar que sea una injusticia.  Él es quien reprende al hombre.  Él es quien acomoda todo.  Ni tú ni yo tenemos esa autoridad.  Mientras la cultura nos quiere motivar a querer ser “alguien” en esta vida, Dios nos recuerda que no somos “nadie” sin Él viviendo en nuestro corazón siendo Señor y Salvador.  Deja que Dios haga su trabajo y tú has el tuyo.  Lee su palabra para pasar tiempo con Él.  Ora más.  Medita en qué camino está mostrando que debes tomar.  Piensa qué quiere Dios que entregues o cambies con esta circunstancia.  Dedica tu tiempo y esfuerzo a estos principios y no a querer arreglar las cosas que consideras deben ser cambiadas.

 

Oración

Mi Dios: Gracias por recordarme que puedo y debo confiar en Ti.  Toma mis cargas, mis rencores y frustraciones.  Hoy quiero vivir para servirte y dejar que Tú te encargues de todo lo demás.  No permitas que me aparte de Ti.  Te lo pido en Cristo Jesús.  Amén.