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5 abr 2023

Salmos 44:5-7

Por Ti derrotamos a nuestros enemigos; en tu nombre aplastamos a nuestros agresores.  Yo no confío en mi arco, ni puede mi espada darme la victoria; tú nos das la victoria sobre nuestros enemigos, y dejas en vergüenza a nuestros adversarios.



 

Un grave error que cometemos como personas es querer comprender a Dios en su totalidad.  ¡Es imposible!  La biblia nos da principios para tener comunión con Él, nos dice cómo es y qué quiere de nosotros.  Sin embargo, no nos dice todo en detalle.  Sabemos que es omnisciente y omnipotente, pero traer ese concepto a nuestro entendimiento y vida diaria resulta más complicado de lo que parece.  ¿Por qué hago referencia a esto?  Pues si lees el pasaje nuevamente con detenimiento, puedes ver claramente que Dios es quien da las victorias.  Entonces podríamos inferir que nosotros no debemos hacer nada y de todas maneras las victorias llegarían.  Pero no es así.  Dios tiene una dualidad entre lo que Él hace y lo que nosotros debemos hacer que resulta, a mi limitada comprensión, difícil de descifrar.  En otras palabras, ¿cuánto tengo que “luchar”?  ¿cuánto tengo que hacer y hasta dónde?  Realmente no hay forma fácil de descifrarlo.  Tenemos muchas historias en la biblia donde Dios da una instrucción y no es sino hasta que la obedecen que sucede el milagro.  Por ejemplo, cuando convierte Jesús el agua en vino, cuando alimenta a miles de personas con unos panes y unos cuantos peces, cuando Dios entrega Jericó con el ejército israelita solamente caminando alrededor de las murallas, cuando Dios protege a Eliseo del rey y le permite ver a su siervo el ejército celestial que los estaba cuidando, y así, los ejemplos abundan.  En todos ellos hay acción por parte de Dios y de los involucrados.  La manera en la que yo lo entiendo es la siguiente: mi deber es prepararme lo mejor que pueda y tratar de actuar siempre conforme a lo que agrada a Dios.  Buscar hacer mi mejor esfuerzo y después dejar que Dios decida sobre el resultado.  Hasta aquí, podría ser igual a lo que está diciendo el Salmista, pero no termina ahí.  Mi mente empieza a pensar en los números y probabilidades de que algo suceda o no.  Si intento algo más veces, la probabilidad es que suceda lo que busco versus el que lo intente menos veces.  Insisto.  ¿Hasta dónde debo “luchar”?  ¿Dónde entra Dios entonces?  

Lo que hoy quiero compartirte no es una solución sino una meditación sobre lo grande que es Dios, sus pensamientos, sus planes y su capacidad de hacer cualquier cosa.  Nosotros no estamos ni cerca de lo que Él puede hacer.  Justamente el día de hoy, una persona me compartió que estuvo orando para que se curara de una enfermedad y, al acudir al doctor le dijo que su enfermedad estaba disminuyendo.  Esta persona quería llorar de la felicidad y seguramente también quería llorar por el milagro tan increíble que Dios estaba haciendo al demostrarle lo real que es.  ¡Dios le estaba dando una victoria!

Dios reina sobre todo lo que pasa y deja de pasar.  No hay duda en esto.  Lo que hoy quiero animarte a meditar es en cuánto queremos intervenir en nuestras batallas diarias pensando que somos nosotros los que ganamos la victoria en lugar de reconocer que siempre ha sido el Señor el que se ha encargado de derrotar y acabar con cualquier “enemigo”.  Te animo a que busquemos ser sensibles para entender cuando debemos “luchar” más y cuándo debemos parar.

 

Oración

Señor:  Gracias por tu palabra, por tu amor, por tu sabiduría y por siempre querer darnos la victoria.  Hoy te pido que podamos ser sensibles a tu voz y escuchemos cuánto quieres que hagamos y cómo quieres que lo hagamos.  Te pido que no se nos olvide que Tú eres quien da la victoria y que nuestra vida sea siempre para darte la gloria.  En Cristo Jesús.  Amén.