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3 oct 2014

Hebreos 12:2

Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. 




Es tan fácil pensar que nuestra situación es tan única que nadie puede entendernos.  Ya sea por la edad, situación económica, experiencia o alguna otra causa, preferimos descartar que escuchar al que brinda consejo.  Estoy convencido que la empatía es mejor cuando se comparte una experiencia similar.  Un alcohólico puede compartir a Cristo con otro adicto y probablemente lo entienda mucho mejor que una persona que nunca ha tenido problemas con el alcohol.  Sin embargo, no estoy de acuerdo en que nos dediquemos a rechazar el consejo solamente porque pensamos que no pueden entender nuestra situación.  Gente que pierde seres queridos.  Aquellos que tienen alguna enfermedad terminal o que simplemente no les alcanza para pagar por sus medicinas.  Personas que se encuentran en la cárcel.  Hijos abandonados.  Gente en depresión.  Todos ellos podrían decirme: tú no puedes entenderlo.  ¿Sabes algo?  ¡Tienen razón!  No puedo entender todas las situaciones.  Tampoco pueden entender las mías.  Sin embargo, la vida en Cristo no es una competencia de experiencias ni un levantamiento de orgullos (o depresiones).  La vida en Cristo se basa en la humillación.  Leíste bien.  Humillación de uno.  Exaltación de Él.  Con esto en mente, te pido vuelvas a leer el pasaje.  La cruz era la humillación máxima.  Lo más bajo de la sociedad era sentenciado a esa muerte.  Jesús, siendo perfecto, murió así.  Humillado al máximo.  Señalado.  Golpeado hasta quedar irreconocible.  Se burlaban de Él mientras caminaba.  Se reían en su cara.  En lugar de regresar todo ese odio con castigo, decidió pedir a Dios Padre que los perdonara porque no sabían lo que estaban haciendo.  ¿Puedes ver el extraordinario ejemplo?  Jesús no se empezó a quejar con Dios Padre que nadie entendía la injusticia que estaba pasando.  No se quejó por el dolor que se volvía insoportable.  Si alguien en este mundo realmente pudiera quejarse y pensar que nadie puede entender su situación, es Jesús.  Sin embargo, decidió humillarse y, con los ojos puestos en lo que le esperaba después de lo que atravesaría, siguió hasta que dio su último respiro.
Seamos honestos.  Nuestro orgullo nos estorba demasiado.  Ojo, también aquellos que se minimizan tienen problemas de orgullo.  La realidad es que no necesitamos que la gente tenga empatía con nosotros para poder escuchar lo que Dios tiene para nosotros.  Lo que necesitamos es humildad y el ejemplo perfecto lo dejó Cristo.  Humildad.  Bajarnos de nuestro trono y pedir a Cristo que lo tome.  Humildad.  Actuar conforme a la voluntad de Jehová reconociendo que Él es el Rey y nosotros obedecemos sin importar lo difícil que pudiera ser.
No conozco tu historia.  Eso es entre Dios y tú.  Lo que sí te puedo decir, y con toda autoridad, es que debes poner atención a tus principios y el lugar que ocupa Dios en ellos.  Él debe ser tu número uno.  De ahí, toma cualquier decisión.  De ahí, recibe consejo.  De ahí, toma acción para tu vida.  Fija tu mirada en Cristo que te ama y obedece humillándote para que Él sea exaltado.

Oración

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     Padre: perdóname.  Mi orgullo ha sido un lastre que he venido arrastrando.  Señor, ya no quiero seguir igual.  Me humillo ante Ti y te reconozco como mi Señor, mi Salvador  y mi todo.  Te pido guíes mis pasos.  Te quiero obedecer sin importar lo que tenga que soportar.  Así como tú sufriste por mí, yo quiero aprender a entregar mi vida por Ti.

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