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4 dic 2012

Filipenses 1:3-5


Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes.  En donde mis oraciones por todos ustedes, siempre oro con alegría, porque han participado en el evangelio desde el primer día hasta ahora.



Recuerdo hace muchos años que hice una decisión por Cristo.  En aquel tiempo, se pedía a la gente levantar su mano si habían hecho esa decisión.  Yo la levanté.  Habían varios familiares conmigo que se pusieron sumamente contentos.  Honestamente, yo no entendía cuál era la emoción.  Me decían que había fiesta en el cielo y que era un día especial.  Después de unos años, también recuerdo a una persona en especial, Manuel Zamudio, quien se encargó de tenerme paciencia (probablemente necesitó mucha) y poco a poco me fue guiando para poder entregar mi vida al Señor y vivir de una forma congruente entre mis actos y mi fe.  En alguna reunión o tal vez en un retiro, recuerdo que estaba contento por el crecimiento espiritual que Dios había hecho en mí.  Como la primera vez, tampoco entendí mucho su alegría.  Después de otros años, tuve la oportunidad de compartir a Cristo con más personas y ver justamente lo que otros habían visto en mí.  Personas que se acercaron a Él y le reconocieron.  Personas que poco a poco fueron tomando decisiones que en su momento no estaban tan seguras de hacerlo pero después se dieron cuenta de lo increíble que es obedecer y entregarse al Señor.  Ahí estaba Pablo.  Viendo como crecían sus discípulos.  Gozándose de la entrega y compromiso que habían hecho.  Seguramente los había aconsejado en momentos difíciles y sabía de sus vidas.  Ahora se acordaba de cada uno de ellos con alegría y con agradecimiento al Señor por la obra que estaba haciendo.
No sé en qué parte de tu “viaje” espiritual te encuentres.  Tal vez ni siquiera lo has comenzado.  Hoy quiero animarte a que tomes el primer paso.  Reta a Dios a que cumpla sus promesas en tu vida mientras que tu cumples obedeciendo.  Si ya has comenzado, te animo a que medites sobre este pasaje y tu participación con la obra del Señor.  Jesús nos dejó muy claro que nuestro deber es ir y hacer discípulos.  Esto quiere decir, que cada uno de nosotros debe experimentar lo que Pablo experimentó.  Ver cómo una semilla crece y posteriormente da fruto.  Entiendo el gozo y la alegría de Pablo.  Ver una vida entregada y transformada es simplemente increíble.  Así también tú debes experimentarlo.  Comparte a Cristo.  Dedica de tu tiempo.  Ten paciencia.  Deja que el Señor sea quien toque y mueva los corazones.  A su debido tiempo, comenzarás a cosechar y ver los excelentes frutos que solo Dios puede dar.  Créeme, personas que jamás imaginaste se acercarían al Señor, terminan entregando sus corazones a Él.  Esa alegría que Pablo experimentó también es para ti.  Lo único que tienes que hacer, es dedicar de tu tiempo y hacer un discípulo.  No necesitas estudiar el seminario para poder hacerlo.  El Señor quiere corazones entregados y no mentes con maestrías.  Así que, si estás dispuesto a servir, te animo a que ores al Señor y pidas porque puedas experimentar este gozo tan increíble de orar por aquellos que has podido guiar en su vida espiritual.  Asimismo, aprovecho para dar gracias a cada persona que me animó, me instruyó y me dedicó de su tiempo para que pudiera tener bases sólidas en mi vida espiritual.  Gracias a Dios por sus vidas.

Oración
Padre: es un gozo servirte y ser un granito de arena en tu obra tan inmensa como el mar.  Te pido que mi vida sea para glorificarte y que pueda experimentar el gozo y la alegría de Pablo al ver el impacto que tiene tu palabra en las personas a las que les compartió de Ti.  Guía mi vida.  En Cristo Jesús.  Amén 

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