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11 ago 2014

Hebreos 11-12-16

Así que de este solo hombre (Abraham), ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar.  Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra.  Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria.  Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella.  Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial.  Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó ciudad.



Cuando uno quiere comenzar a disciplinarse en hacer ejercicio cuesta mucho trabajo.  Simplemente dar el primer paso y salir es difícil.  Personalmente me encanta correr.  Los primeros diez minutos son los peores.  Es como si mi cuerpo me reclamara lo que estoy haciendo y tratara de evitar el que continúe.  Pasando ese tiempo, me empiezo a sentir mejor.  A los quince minutos mi cuerpo se empieza a sentir suave y fuerte.  A los veinte estoy listo para seguir por lo menos cuarenta minutos más.  Al terminar, estoy lleno de gozo y alegría por el cansancio que tengo.  ¿Por qué escribo esto y qué relación tiene con el pasaje de hoy?  Pienso que la vida espiritual es muy similar a este proceso del ejercicio.  Al principio cuesta trabajo.  Nos sentimos “pesados”.  Nuestra mente no comprende bien hacia dónde vamos.  Dudamos y muchas veces queremos detenernos o regresar.  Pero cuando logras continuar, cuando tienes fe y confías, tus pasos van tomando fuerza y todo comienza a fluir.  Cuando pasa el tiempo, volteas atrás y te llenas de gozo por haber comenzado y terminado esa etapa de crecimiento espiritual.  En el pasaje nos hablan de aquellos que vivieron sin tierra.  Los descendientes de Abraham que vivieron errantes y como extranjeros en todo momento.  Sin embargo, en su mente, la meta era clara: el cielo.  Tal vez habían días en los que querían dejar de ser extranjeros y regresar a la tierra de antes.  Sin embargo no lo hicieron.  ¿Por qué?  Porque sabían hacia dónde se dirigían.  Sabían que el final era mucho mejor que el trayecto.  ¡Qué aprendizaje tan increíble!  Al no tener nada a qué aferrarse pudieron aferrarse a la promesa celestial.  Mientras tanto, nosotros nos aferramos a esta vida como si no existiera nada después.  Perdemos algo material y nos duele hasta lo más profundo.  Nos angustiamos por generar más ingresos o si no hay trabajo nos preocupamos aún más.  Sin embargo, debemos entender que nada de eso es importante.  Dios claramente se preocupa por protegernos y proveernos.  El problema es que a veces necesita quitar aquello que nos está estorbando en nuestra comunión con Él.  ¿Lo puedes entender?  La descendencia de Abraham no tenía una nación.  Eran extranjeros.  Eran peregrinos.  ¿No crees que a veces se cansaban y se hartaban de su situación?  Así como tú y yo nos quejamos y queremos que las cosas cambien, ellos también debieron tener momentos así.  Sin embargo, ellos tuvieron la mirada firme y siguieron “corriendo” a pesar de querer parar.  “Corrieron” de tal forma que Dios les bendijo preparando una patria para ellos que sería la tierra prometida.  Con pasajes como este, entiendo por qué es mejor no tener que tener.  Entiendo por qué son bienaventurados los que tienen hambre y sed.  ¡Porque su única esperanza es Dios!  No su dinero.  No su casa.  No sus conexiones.  No su sabiduría.  Dios.  ¿Acaso tenemos que perderlo todo para poder entenderlo?  ¿Necesitamos ser peregrinos y extranjeros para poder depender al cien por ciento del Señor?  Espero que no seamos tan necios y soberbios.  No somos de este mundo.  No busquemos las cosas de este mundo.  No nos aferremos a lo que la gente del mundo se aferra.  ¡Al contrario!  Somos de Dios.  Busquemos las cosas de Dios.  Aferrémonos a su palabra, a sus promesas y a sus bendiciones.  Ya sea errantes y extranjeros o sedentarios en nuestro país, entreguemos nuestra vida y sirvamos a Jehová.

Oración

Padre: quita todo aquello que estorbe mi comunión contigo.  Dame sabiduría y fe para entender que hay mucho que debo dejar atrás y, sobre todo, que debo aprender a aferrarme a Ti y a nadie ni nada más.  No permitas que mi mirada cambie y deje de estar puesta en tus cosas.  Perdona mis pecados y toma mi vida.  Te lo pido en Cristo Jesús.  Amén

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