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21 feb 2012

Hechos 19:8-10


Pablo entró en la sinagoga y habló allí con toda valentía durante tres meses.  Discutía acerca del reino de Dios, tratando de convencerlos, pero algunos se negaron obstinadamente a creer y ante la congregación hablaban mal del Camino.  Así que Pablo se alejó de ellos y formó un grupo aparte con los discípulos y a diario debatía en la escuela de Tirano.  Esto continuó por espacio de dos años de modo que todos los judíos y los griegos que vivían en la provincia de Asia llegaron a escuchar la palabra del Señor.


¿Cómo se encarga el Señor de cumplir con sus promesas?  No lo sé.  Lo que sí sé, es que tenemos ejemplos como este versículo donde se nos dice que en la provincia de Asia, tanto judíos como griegos escucharon la palabra de Dios.  Pareciera una tarea imposible para los discípulos.  No tenían grandes fortunas ni eran reyes que al proclamar un edicto, todas las ciudades se enterarían.  Eran personas comunes como tú y como yo las que se dedicaron a llevar el evangelio a cada rincón.  ¿Qué tenían a su favor?  La mano de Dios.  Pero esto no quiere decir que todo era bello y maravilloso.  Pablo tuvo sus malos días.  Vemos que mientras predicaba en las sinagogas había grupos que no solamente se obstinaban en rechazar el evangelio sino que hablaban mal del mensaje que les traía.
A veces escuchamos algunas promesas del Señor y nos llenamos de ánimo.  Sabemos que Él está por nosotros por lo tanto ¿Quién contra nosotros?  ¿Cierto?  También vemos que tiene cuidado de nosotros, nos ama, nos quiere llenar de bendiciones y que nos conoce desde antes que estuviéramos en el vientre de nuestra madre.  Todas estas promesas nos llenan de alegría y esperanza.  Pero todo lo bueno dura poco cuando no sabemos permanecer en Él.  Me explico mejor.  Todo lo maravilloso que escuchamos y aprendemos de nuestro Dios, lo ponemos en tela de juicio y dudamos cuando las cosas se ponen en nuestra contra.  Primero estábamos contentos y emocionados.  Salimos el domingo después de haber escuchado una predicación con todos los ánimos y listos para “combatir” contra el mundo y todo lo que nos acecha.  Llega el lunes y salen más problemas o simplemente nada mejora.  ¿Te ha pasado?  Pasan los días y todo sigue igual por lo que nuestra actitud que teníamos el domingo ha quedado en el olvido.  Dios sigue ahí.  ¿Lo entiendes?  Dios sigue ahí.  Sus promesas también.  Pero dentro de sus planes, debemos dejarnos transformar y Él decide cómo y cuando las cosas cambiarán.  Ahora, lo irónico de esto es que, mientras más problemas tenemos, más nos entregamos y más tiempo dedicamos a Él.  Más oramos, más le alabamos, más asistimos a escuchar de su palabra.  Es cuando mejor comunión tenemos con Él.  ¿Por qué cambiamos cuando todo se “resuelve”?
Pablo estuvo predicando toda su vida y así como tuvo buenos días también tuvo momentos como el que leemos hoy donde todo estaba en su contra y hasta tuvo que formar un grupo aparte.  La diferencia que veo en su ejemplo es que él permaneció confiado en que Dios seguía ahí y sus promesas también.  No nos olvidemos de esto.  No nos alejemos del Señor en los momentos que más lo necesitamos.  Días negros siempre habrá, lo que no tendremos siempre es la oportunidad de dejarlo transformar nuestro corazón.  Acércate a su palabra.  Permanece en Él.
Oración
Señor: definitivamente me cuesta trabajo permanecer en Ti cuando todo se vuelve en mi contra.  Se me facilita olvidarme de tu palabra y comienzo a buscar respiro en todos lados menos en Ti.  Yo te pido perdón por mis pecados y mi falta de entrega y compromiso.  Te pido Padre que me renueves y que aprenda a permanecer en Ti.  Gracias por siempre estar ahí.  Gracias en el nombre de Jesús.  Amén 

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