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5 sept 2012

Gálatas 2:1-2


Catorce años después subí de nuevo a Jerusalén, esta vez con Bernabé, llevando también a Tito.  Fui en obediencia a una revelación y me reuní en privado con los que eran reconocidos como dirigentes, y les expliqué el evangelio que predico entre los gentiles, para que todo mi esfuerzo no fuera en vano.  



Siempre que he escuchado sobre los encuentros de Pablo con los seguidores de Cristo, se analiza el sentimiento que tuvieron los segundos.  Probablemente llenos de miedo al saber de la terrible fama que tenía Pablo.  Pero no he escuchado que hagan lo mismo con respecto a Pablo y su encuentro con los apóstoles o en general con otros cristianos.  Casi siempre imaginamos a un Pablo fuerte y seguro de sí mismo.  No le teme a nada y va a donde tenga que ir sin importar lo que pudiera pasar.  Pero creo que este concepto no da la totalidad de su personalidad.  Seguramente tenía miedos.  Seguramente tuvo momentos de incertidumbre.  Seguramente experimentó situaciones en las que no sabía qué hacer.  Entonces pienso en momentos como el que tenemos en el pasaje de hoy.  Catorce años después de su primera visita, regresa a Jerusalén y se encuentra con los dirigentes para explicar su evangelio.  La biblia dice que fue en obediencia a una revelación.  No fue su idea.  No estaba dentro de sus planes.  Pero Dios le muestra que debe ir y él decide obedecer.
Independientemente del resultado de su visita a Jerusalén, creo que es importante entender los procesos o etapas que nuestras pruebas tienen.  Primeramente el Señor nos enseña y nos muestra su voluntad.  Después nos pide que obedezcamos.  Aquí podemos distinguir entre su voluntad y la nuestra.  El clímax se da cuando decidimos  seguirlo en lugar de seguir nuestros propios deseos.  Pero esto no es tan sencillo.  Muchas veces nos encontramos en disyuntivas sumamente complicadas.  Por un lado vemos un camino difícil y por el otro también, o peor aún, no vemos otro camino.  ¿Qué hacer?  ¿Cómo reaccionar?  Si bien, Dios quiere bendecirnos y nos ama, no quiere decir que el camino que ha trazado para nosotros será recto y plano.  En ningún momento se nos promete algo así.  Entonces, si te encuentras en una situación difícil y no ves un camino fácil, no significa que Dios no esté ahí.  No significa que te ha abandonado.  Simplemente significa que es lo que necesitas para subir un escalón más en tu viaje espiritual.  Piénsalo.  Pablo fue a Jerusalén por obediencia.  Así también tenemos que ir y venir.  Hacer y deshacer.  Construir y destruir.  Todo en obediencia a Cristo.  No porque entendamos exactamente lo que está pasando.  Tampoco quiere decir que nos encante el camino.  Lo único que quiere decir es que lo caminamos por fe sabiendo que estamos caminando en la dirección correcta.  Seguro nos gustaría que el camino fuera pavimentado y sin curvas, pero Dios, en su infinita sabiduría, decidió qué es lo que necesitamos y seguro es lo mejor.
Pablo fue a Jerusalén en obediencia.  ¿Qué estás haciendo tú en obediencia?  ¿Hacia dónde te está llevando el Señor?  ¿Estás siguiendo sus instrucciones o quieres seguir dirigiendo tu vida?  Aunque el camino de la obediencia no siempre resulta fácil, te puedo asegurar que siempre será el mejor.  Dios lo trazó especialmente para ti.  ¿Cómo podríamos trazar uno mejor nosotros?

Oración
Señor Padre: perdona mis pecados.  Perdona mis necedades.  Perdona mi falta de fe.  Hoy quiero cambiar y obedecerte en todo lo que haga.  Quiero caminar siguiendo siempre tus pasos y sin distraerme.  Guíame Señor en tu voluntad.  Te lo pido en el nombre de Cristo Jesús.  Amén 

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