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5 mar 2010

Colosenses 2:1

Quiero que sepan qué gran lucha sostengo por el bien de ustedes y de los que están en Laodicea, y de tantos que no me conocen personalmente.



Existe una peculiaridad que he notado en las grandes ciudades que no se da en la misma proporción que en las pequeñas: la gente no se preocupa por el de enfrente. En una ciudad, hay tantas personas, tanta escasez, tanto apuro que no podemos detenernos a escuchar las necesidades de algún otro. Todo va muy rápido y además, si hay carencia en esta esquina y luego en la siguiente y así sucesivamente nos volvemos “inmunes” a la carestía. Por el contrario, en ciudades pequeñas, es más probable no solo que conozcan a sus vecinos sino que sean considerados sus amigos. Escuché a un amigo decir que le gustaba la ciudad en la que había nacido porque todos se ayudaban entre sí.
¿Qué nos ha pasado? Al parecer Satanás va ganando esta carrera. Nos involucramos en tantas cosas que no vemos lo que hay frente a nosotros.
Pablo nos está compartiendo el sufrimiento y la carga que llevaba por aquellos que querían seguir a Cristo. Se preocupaba porque no fueran engañados, porque pudieran crecer en el conocimiento de Jesús y siguieran sus pasos. No le importaba si los conocía personalmente o no, él se angustiaba ya fuera por unos o por otros.
¿Qué hay de nosotros? ¿Por quién te preocupas? ¿Solamente por tus hijos o tu familia? ¿Por aquellos que estimas? ¿Por los que conoces?
No está bien que pasen los días, las semanas y los meses sin que pienses en los demás y sobre todo, que te preocupes por ellos y trates de ayudar. En las ciudades (y en las familias) no solo hay hambre física, también hay mucha hambre espiritual y ahí es donde tú entras en acción. No podemos estar viendo solo por nuestros intereses. Es necesario abrir los ojos y ver lo que hay a nuestro alrededor, preocuparnos por los demás y en especial por los hermanos en la fe. Los judíos hacen esto a la perfección y admiro lo que han logrado con Israel y sus comunidades en cualquier parte del mundo.
Tenemos una responsabilidad de compartir el evangelio. Pero no termina ahí. Cuando alguien responde al llamado de Cristo, es nuestro deber el velar por su crecimiento espiritual. Es nuestro deber orar por los líderes en la congregación y por sus integrantes. Pablo llevaba una carga sobre todos los seguidores de Cristo en Colosas muy especial. Hoy quiero animarte a que lleves la misma carga por tu congregación y por aquellas de las que tienes conocimiento. Que ores por ellas. Que te preocupes porque siempre se comparta a Cristo como la Roca. Que Su palabra sea siempre el centro de todos los sermones. Te invito a parecerte más a Jesús haciendo tu YO a un lado y preocupándote por los demás.

Oración
Señor: perdona que no me preocupe más que por mis propios problemas y de los que están cerca de mí. Hoy aprendí que debo cuidar y preocuparme por mis hermanos en la fe, no solo por sus necesidades físicas sino principalmente por las espirituales. Te pido que haya humildad en mi corazón para poder salir y servir. Te lo pido en el nombre de Jesús.
Amén

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