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4 ago 2009

Santiago 2:2-4

Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: estate tú allí en pie o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?


Es muy fácil leer estas palabras y pensar: tiene toda la razón, no debemos estar haciendo diferencias, pero la realidad es otra. Cuando estás sentado muy cómodamente, listo para aprender acerca de la palabra de Dios y de repente llega una persona que probablemente no ha tomado un baño desde hace ya varias semanas, su ropa apesta pero no tanto como él, sus dientes (los restantes) están sucios y su cara está hinchada probablemente del alcohol o las drogas que utilizó el día anterior. ¿Qué hacer? A estas personas ¿ya no las recibes? ¿Solamente aplica el versículo para aquellos que son pobres pero limpios?
Aplica para todos.
Cuando te pones a hacer distinciones, dice el versículo que te conviertes en un juez, pero no termina ahí, dice además que con malos pensamientos. Si reflexionas por un momento, tiene sentido en que sea con malos pensamientos. ¿Quién decidió cómo deben ser las cosas? ¿Quién creó al mundo? ¿Quién le manda al sol, las estrellas, los vientos y a los mares? ¿Quién creó al hombre? Dios. Entonces, quién te dijo que tú puedes poner tu propia escala para definir qué personas son aceptables y cuáles no. Nuestra escala definitivamente no tiene nada de buena ni de correcta. Sabes, si Dios hiciera lo mismo, ninguno de nosotros tendría posibilidad de tener comunión con Él. Imagina por un momento a Jesús rechazando el tener comunión con los leprosos, con los paralíticos, con la mujer que tenía varios divorcios, con la mujer prostituta, con Judas que lo traicionaría y solamente hablando con los respetados fariseos, tal vez con el centurión, y probablemente Nicodemo. Nos hubiera dejado un evangelio a medias. ¿Sabes que para Dios, antes de ser limpiado y perdonado por la sangre de Jesús eres como aquél que describí anteriormente? Sucio, sin nada digno, sin nada agradable, apestoso, eso eres si no reconoces a Jesús. ¿No te sientes así? Quiere decir que estás utilizando la escala humana y no la divina. Dios no está fijándose en tu exterior sino en tu interior. ¿La causa para que te vea así? Tu pecado. ¿Acaso Jesús no tenía bien desarrollados sus sentidos de la vista y el olfato o por qué no le importaba andar con gente así? Por amor y misericordia.
Hoy te animo a que primero entiendas que no tienes nada de especial ni mejor que tu prójimo. Eres creación de Dios igual que aquél que piensas que es detestable. Dios tiene misericordia y principalmente amor hacia nosotros y por ello quiere tener comunión a través de su Hijo Jesús. Deja ya de hacer distinciones y reconoce que tú también necesitas una buena “limpieza”.

Oración
Padre: perdona mis actitudes. Perdona mis pecados. Quiero aprender que es gracias a tu misericordia y amor que tengo algo especial. No permitas que confunda lo especial del mundo con lo especial para ti. Guíame para no tener malos pensamientos y sentirme juez con mi propia balanza. Permite que pueda transmitir tu amor y misericordia a mi prójimo, en el nombre de Jesús
Amén.

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