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17 ene 2013

Filipenses 2:3-4


No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.  Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás.



Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.  Así es como la Real Academia define la palabra egoísmo mientras que vanidad significa arrogancia, presunción y envanecimiento.  Estas actitudes van totalmente en contra de lo que debemos hacer.  Jesús nos dijo que debemos aprender a negarnos a nosotros mismos y tomar su cruz.  También nos dijo que debemos estar dispuestos a perder nuestra vida por su causa para poder hallarla (Mateo 16:25).  Esto no lo decía de broma ni para algunos cuantos.  Las palabras de Jesús, junto con éstas de Pablo son para ti y para mí.  Tú y yo debemos tener como objetivo desprendernos de nuestra vida para dejar que el Señor sea quien tome las riendas.  Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los de los demás.  Vuelve a leer el pasaje con detenimiento.  Pienso que la palabra egoísmo y vanidad se han utilizado tantas veces que ya no nos causa ninguna impresión.  Pero si leemos la definición, puedes darte cuenta que habla de una persona que no está en “balance”.  Nos dice que hay un inmoderado y excesivo amor a si mismo.  No es amor ni un poco de amor a si mismo.  No es un poco arriba de lo moderado.  Es inmoderado.  Por encima de lo normal.  ¿Pero qué es lo normal?  Es necesario entender de dónde partimos y el parámetro lo puso el Señor: ama al Señor por sobre todas las cosas; ama a tu prójimo como a ti mismo.  Entonces, cada vez que hagas algo que no vaya en línea con los principios de Dios y que sabes perjudicaría a tu prójimo, quiere decir que estás actuando con egoísmo.  Quiere decir que estás amándote en sobremanera.  El trono de tu vida lo tienes y has hecho a un lado a Dios.  “Ahora no”.  “En esto, yo tomo la decisión”.  “No soy un fanático”.  “¿Qué van a pensar de mí?”  “¡A mí nadie me trata así!”.  “Lo que me hicieron es imperdonable”.  
Cuando uno actúa de manera egoísta, la vanidad va de la mano.  Si el amor a mi mismo es excesivo, la siguiente etapa es que la arrogancia y la presunción comiencen a florecer.  “A mí no me va a pasar”  puedes pensar.  Pero la realidad es contraria.  Poco a poco.  Sin darte cuenta.  Cada día que caminas alejado de los principios de Dios, se va formando un callo y te dificulta escuchar su voz y el corregir tu camino.  Se va volviendo más difícil y va involucrando mayores sacrificios.  El egoísmo se apodera de ti.  Abre los ojos.  La bendición está en dar y no en recibir.  Cuando el Señor nos dice que derramará bendiciones sobre nosotros, va de la mano con aquellos que han entendido en cómo utilizarlas: compartiéndolas.
El egoísmo y la vanidad no se deben tomar a la ligera.  Sus consecuencias son devastadoras.  Hay matrimonios destrozados.  Padres desesperados.  Hijos abandonados.  Amistades rotas.  Y la lista no termina ahí.  Fraudes.  Mentiras.  Engaños.  Adicciones.  Todo se deriva del egoísmo.  Pienso en mí.  Me amo a mí y después a los demás.  Primero están mis intereses.  ¿Sabes algo?  Está de moda que la gente diga que primero tienes que estar bien contigo mismo y amarte a ti mismo para poder estar bien y amar a los demás.  La verdad es que con Cristo no funciona así.  Al venir a Él me doy cuenta de lo mal que estoy y sobre todo, que nunca voy a estar “bien”.  ¡Es imposible!  Por eso Jesús vino por los enfermos y no los sanos.  Por eso vino a rescatar a los perdidos y no a los encontrados.  Porque el trabajo no empieza cuando estamos “bien”.  El trabajo empieza cuando reconocemos lo mal que estamos separados de Él.  A través de Dios podrás tener amor para ti mismo y para los demás.  No porque las cosas cambien ni te hayas “compuesto”.  Simplemente porque el Señor acomoda tu vida empezando por las prioridades correctas.  ¡Cuídate del egoísmo y la vanidad!  Es sutil.  Es tentador.  Es agradable a la vista y al pensamiento.  Es seductor.  Trae muchos beneficios inmediatos.  Pero, como aprendimos hoy, sus resultados son devastadores.  Por eso Pablo nos advierte sobre el cuidado que debemos tener en nuestras acciones.

Oración
Señor: te pido perdón pues me he dejado seducir por el egoísmo y la vanidad.  Pensé que tenían mucho que ofrecer y que traerían alegría a mi vida.  Hoy entiendo que solo me han dejado más vacío.  Hoy quiero voltear a Ti y pedirte que seas Tú quien llene mi corazón.  Te pido que seas Tú quien llene mi vida.  Gracias por recibirme con todas mis fallas y defectos y por amarme incondicionalmente.  Te entrego mi vida y te pido que me utilices conforme a tu voluntad.  En Cristo Jesús.  Amén 

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