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28 feb 2013

Filipenses 4:1


Por lo tanto, queridos hermanos míos, a quienes amo y extraño mucho, ustedes son mi alegría y mi corona, manténganse así firmes en el Señor.



Yo no crecí en una familia imitadora de Jesús.  Si bien, creíamos en dios, era uno que realmente nunca comprendí.  Cuando acepté a Cristo y comencé a estudiar su palabra, muchas cosas que antes no entendía tomaron sentido.  Pero este crecimiento o “revelación” que he tenido, no ha cesado.  Con las palabras de este versículo, medito en el amor que he desarrollado por mis hermanos en Cristo.  No es una amistad.  No es un conocido.  Es un hermano en el Señor al cual amo.  No lo digo por una persona sino por cada uno de los hermanos con los que he tenido oportunidad de pasar tiempo.  Nuestra relación no está basada en intereses en común.  No es que le vayamos al mismo equipo.  No es que nos guste la misma comida ni vacacionar en los mismos destinos.  Tampoco es el interés en algún autor o tipo de películas.  No.  El interés que nos une es Cristo.  ¿Y el amor?  También proviene de Él.  Nunca había tenido una relación así.  Mis seres cercanos acudían al mismo colegio o realizábamos actividades juntos.  Fue algo nuevo y a la vez emocionante.  ¿Cómo puedo amar a esta persona que tiene tan poco en común conmigo?  ¿Cómo puedo desear tener comunión con aquellos que son tan diferentes a mí?  Simple.  Porque Cristo es quien une al cuerpo.  ¿Quiere decir que todos son buenos?  ¡Por supuesto que no!  ¿Quiere decir que nuca me he enojado con alguien?  ¡Claro que no!  Me sigo enojando con algunos hermanos en la fe.  Seguro muchos se enojan conmigo.  Pero nuestras ganas de seguir a Cristo nos reconcilian y unifican.  Por esta razón Pablo escribe con tanto cariño: hermanos a quienes amo y extraño.  No los amaba por los partidos de fútbol que veían los fines de semana ni por convivir todos los días.  Los amaba porque eran familia en Jehová.  Ahora, todo esto no quiere decir que la convivencia entre hermanos sea sencilla y color de rosa.  ¡Al contrario!  Estoy convencido que muchas veces es cuando más tenemos que entregar a Dios nuestro carácter y reacciones.  Pero algo debemos tener siempre presente: el camino es Cristo.  No el pastor ni ningún otro servidor.  Cristo.  Así que, si ves que algún hermano hace algo malo, no lo juzgues ni murmures contra él.  No conoces sus batallas ni su situación.  En cambio, en amor, ora por él.  No te desilusiones ni te desanimes.  Cristo sigue siendo igual de perfecto.  
Por otro lado, Pablo nos anima a mantenernos firmes en el Señor.  ¿Cuántas veces nos repite la biblia estas palabras?  ¡Muchas!  Pero no demasiadas.  Las suficientes para que constantemente recordemos que, apartados de Él, nada podemos hacer.  Este amor del cual hablaba y que Pablo menciona en sus versículos, solamente lo podemos desarrollar si nos mantenemos firmes en Jehová.  Solamente así podremos perdonar y ser perdonados.  Solamente así podemos aprender a escuchar y ser escuchados.  Solamente así aprendemos a extender la gracia y eliminar el juicio.  Piénsalo.  Es sumamente sencillo irse por el lado contrario.  ¡Mantengámonos firmes en el Señor y vivamos en su amor!

Oración
Padre: ¡Cuántas gracias te doy!  Cada día renuevas mi espíritu y le das sentido a mi vida.  Hoy aprendí que debo amar a mis hermanos y que Tú eres la roca de esa relación.  Te pido que aprenda a vivir conforme a tu voluntad y que mi vida de testimonio de Ti.  En Cristo Jesús te lo pido.  Amén 

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