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31 ene 2016

Salmos 22:22-24

Proclamaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré.  ¡Alaben al Señor los que le temen!  ¡Hónrenlo, descendientes de Jacob!  ¡Venérenlo descendientes de Israel!  Porque él no desprecia ni tiene en poco el sufrimiento del pobre; no esconde de él su rostro sino que lo escucha cuando a él clama. 



¿Dónde está Dios en tu vida?   No respondas rápidamente.  Piénsalo.  piénsalo muy bien.  ¿Qué es lo primero que haces al levantarte?  ¿Qué es lo último que haces antes de dormir?  ¿Qué es lo que haces cuando te encuentras en un problema?  ¿Qué es lo que haces cuando te dan una buena noticia?  Te voy a platicar una historia personal: desde hace tiempo que acepté a Cristo en mi corazón y entregué mi vida a él, sin embargo, tiene poco que aprendí a adorarle y proclamar su nombre cuando estoy en la congregación.  ¿Cómo?  Simple.  Aprendí a levantar mis manos.  Al principio me daba pena.  También pensaba que era para algún fanático o algo así.  Poco a poco, el Señor me fue mostrando lo equivocado que estaba y, de cierta manera, me puso en mi lugar.  Si al escuchar una canción que me gusta, mi cuerpo se mueve y la canto, cómo es posible que no haga lo mismo al alabar al Señor.  Viendo a mi hijo que todavía es un bebé emocionarse por escuchar una canción con ritmo y ponerse a bailar sin dudar me hizo meditar en mi actitud en las alabanzas.  No cantaba ni canto solo por cantar.  Siempre he puesto atención en las letras e incluso he tenido momentos en los que salen lágrimas al cantar.  Sin embargo, cuando leo el pasaje de hoy que nos habla de proclamar su nombre a los hermanos y alabarle en la congregación, no puedo dejar de pensar en el momento en que decidí levantar mis manos y verdaderamente alabar al Señor.  ¿Cuántos no le gritan a su artista favorito?  ¿Cuántos no encienden luces en los conciertos?  ¿Cuántos no brincan cuando escuchan una canción en un concierto?  Entonces ¿por qué le cantamos y alabamos al Señor como si fuera una carga?  Los versículos de hoy nos dicen: proclama su nombre, alábalo, hónralo y venéralo.  Jehová siempre cumple y está ahí escuchándonos cuando estamos en problemas.  Nos llena de su amor y de su consuelo.  Nos da esperanza y nos levanta cuando estamos en el suelo sin fuerzas ni ánimos.  ¿Cómo no levantar las manos al que realmente merece la alabanza?  Ahora me llena de gozo el ir a la iglesia y poder alabarle como se merece.  Me llena de gozo cantarle y reconocer lo que hace en mi vida.  Como dice el pasaje de hoy: Dios no tiene en poco tu sufrimiento ni se esconde cuando clamas a él.  Devolvamos un poco de lo mucho que él nos da con la alabanza correcta, proclamando su nombre, honrándole y venerándole.  Es lo menos que podemos hacer.  El pastor de la iglesia en algún momento dijo: cuando un policía te detiene, uno levanta las manos en señal de rendición.  Hagamos lo mismo con la alabanza al Señor.  Levanta tus manos y dile a Jehová que te rindes ante él.

Oración

Padre: gracias por permitirme vivir en un lugar donde puedo alabarte y proclamar tu nombre libremente.  Me rindo ante Ti.  Te entrego mi vida y te pido que seas Tú quien reine en todo momento.  Te pido que pueda aprender a alabarte y glorificarte de manera agradable a Ti.  Transforma mi vida y lléname de tu amor para que pueda llevarlo a todos los que me rodean.  Te lo pido en Cristo Jesús.  Amén

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