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24 nov 2010

Hechos 4:29-31

“Ahora Señor, toma en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos el proclamar tu palabra sin temor alguno. Por eso, extiende tu mano para sanar y hacer señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús.” Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos fueron llenos del Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno.


Cuando estás en sintonía con Jehová, todo toma el “ritmo” perfecto. Los discípulos se encontraron en problemas y se dedicaron a compartir la palabra de Dios. Regresaron a la congregación y pudieron dar testimonio de lo que el Señor había hecho y terminaron dándole la gloria. Pero no todo termina ahí. Las amenazas seguían presentes. Así como cuando tu enfermedad sigue ahí o la falta de trabajo o tu coraje y resentimiento, a veces “descansamos” por unos instantes de lo que nos acontece, pero la realidad es que todo, absolutamente todo sigue igual. Lo único que nos queda, es encomendarnos a Dios a través de la oración. Esto es lo que hizo el pueblo de Dios junto con Pedro y Juan. Oraron. Expusieron a Dios su situación y sus temores. Le pidieron auxilio y sobre todo que no se olvidaran de lo más importante que era proclamar la palabra sin temor alguno a pesar de lo que pudieran enfrentar.
Vuelve a leer el pasaje y pon atención en la descripción que dan de las circunstancias: “toma en cuenta sus amenazas y concede que no temamos al proclamar tu palabra”. ¿Dios tenía conocimiento de esto? Por supuesto que sí. ¿Dios quiere que le expliquemos todo con detalle? ¡Con punto y coma! El orar y exponer al Señor nuestra vida no es para que Él se entere de lo que pasa sino para que nosotros abramos nuestro corazón y expongamos los sentimientos que traemos dentro y podamos ponerlos en la mesa frente a Dios. Ellos estaban reconociendo que tenían miedo. Reconocían que no querían seguir ese camino en sus fuerzas pues los vientos en contra serían mucho más fuertes que ellos y no podrían soportarlos. Imaginaban al imperio romano ejerciendo toda su fuerza para desalentarlos llevándolos cautivos, torturándolos y probablemente llevándolos a los circos donde serían destrozados por animales salvajes mientras otros eran espectadores. ¡Cómo no habrían de tener miedo! Pues igual pasa con nosotros. El problema es que pocas veces meditamos y entendemos contra qué nos estamos enfrentando allá afuera. Pensamos que podemos controlarlo. Pensamos que no nos dejaremos y seguiremos firmes. ¡Qué golpes tan fuertes nos damos al pensar así! Y lo más increíble es que decimos “qué golpes da la vida” cuando nosotros mismos nos metimos en donde estamos. ¡No es culpa de la vida sino tuya y mía! El pueblo de Dios abrió su corazón y expuso a Jehová sus temores y deseos. Hoy hagamos lo mismo y reconozcamos que no podremos contra lo que viene e incluso sobre lo que ya vivimos hoy en día y pidamos a Dios por sus fuerzas para poder seguir adelante y vivir llenos de gozo.

Oración
Padre: tengo miedo. No sé lo que pueda venir y no sé cómo vayan a terminar las cosas. Te entrego mi vida y te pido que me llenes de fuerza y fe para vivir con tu gozo y esperanza. Te pido que viva cada día entregado a Ti y que las circunstancias no me desalienten ni aparten de tu camino. Gracias por tu amor y entrega incondicional. Enséñame a ser como Tú. En Cristo Jesús
Amén

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