Cuando estás en sintonía con Jehová, todo toma el “ritmo” perfecto.  Los discípulos se encontraron en problemas y se dedicaron a compartir la palabra de Dios.  Regresaron a la congregación y pudieron dar testimonio de lo que el Señor había hecho y terminaron dándole la gloria.  Pero no todo termina ahí.  Las amenazas seguían presentes.  Así como cuando tu enfermedad sigue ahí o la falta de trabajo o tu coraje y resentimiento, a veces “descansamos” por unos instantes de lo que nos acontece, pero la realidad es que todo, absolutamente todo sigue igual.  Lo único que nos queda, es encomendarnos a Dios a través de la oración.  Esto es lo que hizo el pueblo de Dios junto con Pedro y Juan.  Oraron.  Expusieron a Dios su situación y sus temores.  Le pidieron auxilio y sobre todo que no se olvidaran de lo más importante que era proclamar la palabra sin temor alguno a pesar de lo que pudieran enfrentar. 
Vuelve a leer el pasaje y pon atención en la descripción que dan de las circunstancias: “toma en cuenta sus amenazas y concede que no temamos al proclamar tu palabra”.  ¿Dios tenía conocimiento de esto?  Por supuesto que sí.  ¿Dios quiere que le expliquemos todo con detalle?  ¡Con punto y coma!  El orar y exponer al Señor nuestra vida no es para que Él se entere de lo que pasa sino para que nosotros abramos nuestro corazón y expongamos los sentimientos que traemos dentro y podamos ponerlos en la mesa frente a Dios.  Ellos estaban reconociendo que tenían miedo.  Reconocían que no querían seguir ese camino en sus fuerzas pues los vientos en contra serían mucho más fuertes que ellos y no podrían soportarlos.  Imaginaban al imperio romano ejerciendo toda su fuerza para desalentarlos llevándolos cautivos, torturándolos y probablemente llevándolos a los circos donde serían destrozados por animales salvajes mientras otros eran espectadores.  ¡Cómo no habrían de tener miedo!  Pues igual pasa con nosotros.  El problema es que pocas veces meditamos y entendemos contra qué nos estamos enfrentando allá afuera.  Pensamos que podemos controlarlo.  Pensamos que no nos dejaremos y seguiremos firmes.  ¡Qué golpes tan fuertes nos damos al pensar así!  Y lo más increíble es que decimos “qué golpes da la vida” cuando nosotros mismos nos metimos en donde estamos.  ¡No es culpa de la vida sino tuya y mía! El pueblo de Dios abrió su corazón y expuso a Jehová sus temores y deseos.  Hoy hagamos lo mismo y reconozcamos que no podremos contra lo que viene e incluso sobre lo que ya vivimos hoy en día y pidamos a Dios por sus fuerzas para poder seguir adelante y vivir llenos de gozo.
Oración
Padre: tengo miedo.  No sé lo que pueda venir y no sé cómo vayan a terminar las cosas.  Te entrego mi vida y te pido que me llenes de fuerza y fe para vivir con tu gozo y esperanza.  Te pido que viva cada día entregado a Ti y que las circunstancias no me desalienten ni aparten de tu camino.  Gracias por tu amor y entrega incondicional.  Enséñame a ser como Tú.  En Cristo Jesús
Amén 
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