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17 abr 2012

Hechos 21:37-39


Cuando los soldados estaban a punto de meterlo en el cuartel, Pablo le preguntó al comandante: ¿Me permite decirle algo?  ¿Hablas griego?  Replicó el comandante.  ¿No eres el egipcio que hace algún tiempo provocó una rebelión y llevó al desierto a cuatro mil guerrillero?  No, yo soy judío, natural de Tarso, una ciudad muy importante de Cilicia.  Le respondió Pablo.  Por favor, permítame hablarle al pueblo.  


Cuando alguien nos lastima, lo primero que pensamos es que esa persona no se vuelva a acercar a nosotros.  Algunos lo llevan más allá y comienzan a pensar en cómo vengarse.  Pero Pablo no hace lo lógico ni lo que probablemente cualquiera de nosotros haría.  ¿Por qué?  Porque buscó siempre la voluntad de Dios por encima de su voluntad.  ¿Los resultados?  Una vida excepcional que nos sirve como ejemplo y aliento para nuestro caminar con Jesús.  Lo habían golpeado y maltratado.  Se encontraba en el suelo y le habían cerrado las puertas del templo.  Los soldados tuvieron que protegerlo a tal grado que lo tuvieron que cargar para sacarlo de entre la multitud que lo quería matar.  ¿Qué hace él?  Pide permiso para que lo dejen hablar y dirigirse a la misma turba que buscaba asesinarlo.  ¿Cómo?  ¿Por qué mejor no acusa a sus transgresores con los soldados?  ¿Por qué no les dice que es ciudadano romano y que había sido sometido en contra de su voluntad?  ¿Por qué no utiliza ningún recurso para protegerse y para devolver algo del mal que le estaban causando?  La respuesta es muy sencilla: porque su principal objetivo en la vida era servir a Cristo.  Su prioridad era Jesús.  Lo material y físico vienen mucho después.  Mientras que Pablo muestra un nivel increíble de madurez espiritual, ¡nosotros seguimos luchando con cosas tan absurdas!  Seguimos sin confiar en que nuestro Señor nos va a proveer y preferimos confiar en nuestra cuenta de banco.  Pensamos que el Dios todopoderoso no tiene control sobre esto o aquello y preferimos tomar cartas en el asunto en lugar de dejarlo trabajar.  Imaginamos que Dios ve las cosas en nuestra misma perspectiva y nos olvidamos que para Él no hay imposibles.  Y así, en lugar de crecer y madurar espiritualmente, nos quedamos en pañales.  Es triste.  La misma palabra de Dios nos dice que es mejor que seamos fríos o calientes pero no tibios.  Al parecer nos estamos acostumbrando a estar así.  Tibios.  Al fin, no es muy muy ni tan tan.  Podemos llevar así nuestra vida y al parecer es socialmente aceptable.  Yo te digo lo siguiente: si realmente crees que Jesús es tu salvador, ¿cómo crees que se siente de verte tibio después de haber entregado su vida entera por ti?  Tenemos un compromiso con Él.  No necesitamos obras ni acciones buenas para ir al cielo.  Definitivamente Él se encargó de pagar por todos nuestros pecados y, al confesar nuestros pecados y arrepentirnos, Él nos limpia.  Pero después de semejante demostración de amor, ¿Vas a hacerla a un lado para seguir haciendo lo que tú quieras?  ¿No te interesa tu Dios?
Pablo reaccionó totalmente opuesto a lo que nuestra naturaleza carnal nos enseña.  Nosotros debemos crecer espiritualmente y comprender que nuestra naturaleza espiritual siempre estará llena de decisiones correctas y agradables al Señor mientras que nuestros deseos y naturaleza carnal, estarán en oposición a Él.  ¿Qué vas a decidir?  Pablo tenía todo el derecho de quejarse, de vengarse, de buscar que los judíos pagaran por lo que le habían hecho.  Pero ¿Qué decidió?  Pedir permiso para volverse a dirigir a ellos y seguir ofreciendo la reconciliación de Jesús.  ¿Sabes?  Tú y yo somos esos judíos y Pablo es Jesús.  Nosotros fallamos y fallamos.  Hacemos a Cristo a un lado.  Lo ignoramos.  Lo negamos.  Pero Él, en su amor, ahí está con los brazos extendidos una y otra vez queriendo reconciliarse con nosotros.  Es momento de cambiar.  
Oración
Señor: tu amor es tan incomprensible que no puedo dejar de pensar en que no lo merezco.  Gracias.  Gracias por estar ahí.  Gracias por buscarme.  Gracias por perdonarme.  Gracias por tu sacrificio.  Gracias por tu gracia y misericordia.  Padre, quiero aprender a reaccionar a través de tu palabra y no de mis impulsos y deseos.  Quiero llevar una vida que sea agradable a Ti y conforme a tu voluntad.  Transfórmame.  Renuévame.  Cambia mi corazón.  Te lo pido en el nombre de Jesús.  Amén 

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