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30 abr 2012

Hechos 22:25-29


Cuando lo estaban sujetando con cadenas para azotarlo, Pablo le dijo al centurión que estaba allí: ¿Permite la ley que ustedes azoten a un ciudadano romano antes de ser juzgado?  Al oír esto, el centurión fue y avisó al comandante.  ¿Qué va a hacer usted?  Resulta que ese hombre es ciudadano romano.  El comandante se acercó a Pablo y le dijo: dime, ¿Eres ciudadano romano?  Sí, lo soy.  A mí me costó una fortuna adquirir mi ciudadanía.  Le dijo el comandante.  Pues yo la tengo de nacimiento replicó Pablo.  Los que iban a interrogarlo se retiraron en seguida.  Al darse cuenta de que Pablo era ciudadano romano, el comandante mismo se asustó de haberlo encadenado.


El hecho de utilizar su ciudadanía no sólo le evitó que le siguieran golpeando sino incluso de tener que aceptar ser culpable de un crimen que no cometió.  En el momento en que se levanta semejante alboroto, el comandante asumió que Pablo había cometido algún crimen y por ello lo lleva preso.  No era raro en ese entonces que después de recibir semejantes golpizas, los acusados simplemente aceptaran una acusación que pudieron no haber cometido. Pero al darse cuenta que era romano, sabe que puede meterse en problemas y decide frenar cualquier maltrato.
Me encanta ver cómo Dios se encarga de protegernos en los momentos cruciales y nos quita cualquier estorbo para poder lograr el plan que tiene para nuestras vidas.  Ojo,  Pablo probablemente murió decapitado.  Pedro y otros discípulos murieron crucificados.  Al final, Pablo tuvo que atravesar la muerte por causa de Cristo, pero todo fue en el tiempo de Dios y no de los hombres.  Asimismo, tú y yo vamos a morir y seremos llamados a cuentas.  En el tiempo que Dios lo decida, nuestra estancia en este mundo terminará.  ¿Para qué digo esto?  Para que puedas tener la perspectiva correcta de las cosas.  La perspectiva divina.
Por otro lado, resulta interesante la declaración del comandante en cuanto a la fortuna que tuvo que pagar para poder ser ciudadano romano.  Yo la tengo de nacimiento le contesta Pablo.  En pocas palabras, a mí no me costó nada.  De esta misma forma, veo que la gente se comporta en cuanto a las religiones.  Ir al cielo les cuesta carísimo mientras que los que creemos en Cristo y le hacemos nuestro Señor y Salvador, recibimos la vida eterna y promesa de estar a su lado “por nacimiento” y no por obras.  El evangelio de Juan en el capítulo 3 nos dice que al aceptar a Cristo, nacemos de nuevo.  Esta nueva ciudadanía no nos costó (Jesús pagó por nosotros) y nos llena de grandes beneficios.  Lo importante es entender que no habrá fortuna ni cantidad de ofrendas u obras que puedan llevarte al cielo sino por la reconciliación con Dios a través de Cristo.  El comandante pudo comprar su ciudadanía romana.  El ser hijo de Dios no se compra con nada de lo que hay en este mundo.  Es un derecho que se otorga al reconocer nuestros pecados y pedir ser reconciliados a través de Jesús (Juan 1:12-13).  Medita en tu vida y tus actos.  ¿Dónde está Cristo y qué papel tiene?  ¿Sabes a dónde iras cuando mueras?  Hoy puedes estar convencido de que irás al cielo pues la palabra de Dios nos dice cómo.  No te costará una fortuna.  Le costó a Dios entregar a su Unigénito.  Si lo aceptas, lo recibirás por “nacimiento”.
Oración
Padre: quiero reconciliarme contigo.  Reconozco que soy pecador.  Reconozco que te necesito.  Pensaba que podía seguir adelante pero hoy entiendo cuánta falta me haces.  Hoy entiendo que un día me llamarás y quiero estar seguro que iré a tu lado y no estaré apartado de Ti.  Gracias por el sacrificio de Jesús.  Gracias por permitirme ser hijo tuyo.  Te pido que mi vida sea renovada en ti y que pueda nacer de nuevo.  Te lo pido en el nombre de Jesús.  Amén 

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