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8 jun 2012

Hechos 26:9-11


Pues bien, yo mismo estaba convencido de que debía hacer todo lo posible por combatir el nombre de Jesús de Nazaret.  Eso es precisamente lo que hice en Jerusalén.  Con la autoridad de los jefes de los sacerdotes metí en la cárcel a muchos de los santos, y cuando los mataban, yo manifestaba mi aprobación.  Muchas veces anduve de sinagoga en sinagoga castigándolos para obligarlos a blasfemar.  Mi obsesión contra ellos me llevaba al extremo de perseguirlos incluso en ciudades del extranjero.


La iglesia de Dios no busca a aquellos que están “sanos” sino a todos los enfermos.  Algunos necesitan terapia intensiva mientras otros se someten a operaciones.  Cada uno de nosotros está arrastrando distintos pecados.  Ninguno nació y se convirtió en un ejemplo a seguir.  No tenemos un solo relato en la biblia de alguien que inmediatamente haya obedecido al Señor sin dudar, temer o algún otro problema.  Moisés asesinó a un hombre.  David mandó matar al esposo de la mujer que deseaba.  Abraham tuvo un hijo con la sierva de su mujer.  Jonás desobedeció constantemente en lo que Dios le pedía.  Pedro negó tres veces a Jesús.  Y así llegamos a Pablo.  Asesino.  ¿Recuerdas que la biblia dice: donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia?  La realidad es que tú y yo somos igual de despreciables que cualquier otro pecador.  Como humanos nos gusta crear “escalas de gravedad” y nos escondemos en ellas.  Si no matas ni le haces daño a alguien, todo está bien.  Me dijo una persona.  ¿Y qué me dices de engañar a tu cónyuge u odiar a tu prójimo (pero sin hacerle daño físico)?  Como seguidores de Jesús, no podemos arrastrar nuestra forma de pensar anterior a Cristo.  Debemos deshacernos de ella y dejar que Dios haga una nueva criatura de nosotros.  ¡Esto es lo que nos está diciendo Pablo!  Está abriendo su corazón.  Está confesando las cosas tan terribles que hizo.  ¡No lo estaba diciendo de manera orgullosa!  Todo lo contrario.  Estoy seguro que su tono era de tristeza.  Ahora sus ojos estaban abiertos y podía darse cuenta de las aberraciones que había causado.  Tú y yo tenemos que andar por el mismo camino.  Tenemos que abrir nuestro corazón y reconocer cada pecado que hemos cometido.  Pide al Señor que abra tus ojos y te de entendimiento.  Saca todo aquello que habías guardado.  Todo aquello que no querías recordar ni quieres que la gente se entere.  Confiésalo ante Dios.  Su gracia abunda y puede mucho más que tu pecado.  Él te ama y no te amará menos si confiesas lo que has hecho mal.  Por el contrario, seguirá con sus brazos abiertos y te dirá bienvenido, te he estado esperando.
Por último, debemos ser humildes y aprender a no juzgar.  Si le preguntáramos a todos los cristianos de esa época, qué piensas de Pablo, seguramente no hubiéramos recibido buenos comentarios.  Estoy convencido que nadie hubiera pensado que aceptaría a Cristo.  ¡Imposible!  ¡No lo conoces!  ¡No conoces lo que ha hecho!  ¿Si sabes que presenció y aprobó la muerte de Esteban entre otros?  Y así me diría uno por uno.  Tristemente, así contestamos nosotros también.  Pero el Señor se encargó de dominar a ese león implacable y utilizarlo para su gloria.  No importa qué tan desviada y alejada esté una persona.  No importa si su pasado es considerado como uno de los peores.  Nuestro Dios le ofrece su amor y misericordia y quiere que esa alma se reconcilie con Él.  ¿Quiénes somos nosotros para obstruir su propósito o cuestionarlo?  Preocupémonos por dejar de pecar.  Preocupémonos porque otras personas se reconcilien con Dios.  Dejemos que Él se encargue de todo lo demás.
Oración
Señor: tú conoces lo que he hecho.  Tú sabes lo que hay en mi corazón.  Hoy te pido que me perdones y me limpies por completo.  He arrastrado tantas cosas que ya no puedo más.  Sé que me ofreces tu misericordia y yo quiero abrazarla y convertirla en mi esperanza de vivir.  No quiero vivir como antes.  No quiero ser como antes.  Transforma mi vida.  Transforma mi entendimiento.  Quita mi corazón de piedra y pon uno de carne.  Gracias Señor.  Gracias en el nombre de Jesús.  Amén 

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