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13 jul 2012

Hechos 27:21-26


Llevábamos ya mucho tiempo sin comer, así que Pablo se puso en medio de todos y dijo: señores, debían haber seguido mi consejo y no haber zarpado de Creta; así se habrían ahorrado este perjuicio y esta pérdida.  Pero ahora los exhorto a cobrar ánimo, porque ninguno de ustedes perderá la vida; sólo se perderá el barco.  Anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo, y me dijo: no tengas miedo, Pablo.  Tienes que comparecer ante el emperador; y Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo.  Así que ¡Ánimo señores!  Confío en Dios que sucederá tal y como se me dijo.  Sin embargo, tenemos que encallar en alguna isla.


¡Cuántas emociones y sentimientos en tan pocos versículos!  Estaban cansados y desilusionados.  Hambrientos.  Esperando el momento en que ya no pudieran seguir más.  De repente Pablo se para en medio de todos.  La tormenta seguía así que probablemente tuvo que gritar: ¡Les dije que no debíamos haber zarpado!  Dentro de la misericordia del Dios al que sirvo, puedo decirles que un ángel se me ha aparecido y revelado que se nos ha otorgado la oportunidad de seguir viviendo.  ¡Imagina el alivio que tuvieron al escuchar estas palabras!  Ahora ni el dueño del barco ni el centurión argumentaron en su contra como lo hicieron la primera vez.  ¿Cuál fue la diferencia?  Que ahora ya habían perdido todo.
A mi parecer, uno de los momentos más increíbles de visitar la cárcel en México constantemente fue el poder apreciar su fervor por el Señor.  Estas personas realizaban un servicio donde se cantaban alabanzas con una guitarra vieja y sin un sonido muy nítido.  Probablemente algún regalo.  Piso de tierra y polvo por todos lados.  Calor o frío dependiendo la estación.  Mientras que por otro lado, yo acudía a un lugar con aire acondicionado, piso, sillas y equipo de sonido de gran calidad.  Sin exagerar, a pesar de tanta comodidad y lujo, no creo que nuestras alabanzas fueran tan fervientes como las de mis hermanos en el reclusorio.  ¿Por qué?  Porque el tener o no tener moldea nuestro corazón.  Me explico mejor.  Cuando tenemos diferentes opciones para aferrarnos mientras atravesamos problemas, dejamos a Dios como la última opción.  Preferimos nuestra capacidad de resolver, confiamos en nuestra cuenta de banco, pensamos positivamente, confiamos en nuestras conexiones, confiamos en que nuestra casa se mantendrá, nos apoyamos en amigos o familiares.  Pero un día, el Señor decide que la tempestad sea tan fuerte que cada una de esas esperanzas perdió su sustento.  ¿A dónde voltear?  ¿Qué hacer?  Es en este momento cuando Jesús, como lo hizo Pablo, se para frente a ti y te dice: ¿recuerdas que te advertí de tomar tales decisiones?  ¿Recuerdas que en lo profundo de tu corazón sabías que Yo no estaba de acuerdo con lo que estabas haciendo?  Sé que ahora no sabes qué hacer ni cómo caminar.  Yo te amo y quiero que te acerques a mí y camines mis caminos pues tengo planes maravillosos para ti.  Lo único que necesito es que te deshagas de todo lo que estorba en nuestra comunión y me sigas.  Tú decides.  Los hermanos en el reclusorio lo entendieron y decidieron seguirle pues no había nada más a qué aferrarse para poder seguir.  Se aferraron a Cristo y su promesa.  No dejemos que lo que hay allá afuera envuelva nuestros ojos y termine apoderándose de nuestro corazón.  Debemos ser cuidadosos en que todo lo que tenemos sea para servir y dar gloria a Dios y no vivir sirviendo y dando gloria a lo que tenemos.  Dios prueba nuestros corazones.  Él quiere pulirnos y la realidad es que somos un diamante en bruto (personalmente a veces ¡Muy bruto!).  Pero Dios te ama y me ama incondicionalmente y quiere llenarnos de bendiciones.  No permitas que la tormenta que ha destruido tu vida te quite la esperanza.  Al contrario, ahora podrás tener una nueva esperanza, una que realmente tiene valor y perdura con el tiempo y las pruebas: Cristo.  Entiende que todo lo que el Señor da y quita es para tu propio bien.  ¿Qué vas a decidir?
Oración
Padre Santo: alabado y glorificado seas.  Cuando hablas lo único que puedo hacer es escuchar y hoy entiendo que he tomado malas decisiones y he hecho mal las cosas.  Perdóname.  Gracias por estar ahí con tus brazos abiertos para rescatarme pues no sabía a dónde ir o voltear.  Gracias por tu amor que todo lo puede.  Gracias por darme una nueva esperanza que es eterna.  Gracias.  En el nombre de Cristo Jesús.  Amén.

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