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23 ago 2013

2 Pedro 3:1-2


Queridos hermanos, ésta es ya la segunda carta que les escribo. En las dos he procurado refrescarles la memoria para que , con una mente íntegra, recuerden las palabras que los santos profetas pronunciaron en el pasado, y el mandamiento que dio nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles. 



Si me preguntas, ¿qué es lo que más trabajo te cuesta entregar a Dios?  Mi respuesta sería rápida: mi paciencia.  Mejor dicho, mi falta de paciencia.  No sé por qué me desespero tan rápido.  Es como una fuerza que se apodera dentro de mí y me pongo de mal humor sin tener razón.  Obviamente algo me dice que sí tengo razón en ponerme así.  Pero después de un tiempo debo aceptar que estaba equivocado.  Mi paciencia tiene mucho por crecer.  Es algo que últimamente he meditado en especial a través de mi perro.  Sí.  Mi perro.  Es rescatado de la calle y tiene todavía algunos problemas.  Le he dedicado mucho tiempo.  Mucho.  Por eso, cuando vuelve a hacer algo mal, me enciendo por dentro.  Todo para después arrepentirme cuando veo que él me sigue amando incondicionalmente.  Me hace pensar mucho en Dios.  Me hace entender la manera en la que Dios nos ama.  Nosotros le fallamos.  Cometemos errores una y otra vez.  Sin embargo, Él no se desespera.  Él no se llena de cólera contra mí por ser la 3ra, 5ta o 10ª vez que le fallo.  Él está ahí.  Con los brazos abiertos.  Así también está Tomás mi perro.  Yo me enojo por lo que hace mal, lo regaño, lo corrijo y me enojo con él.  Todo para que él siga siendo sumamente fiel y amoroso a mí.  ¡Qué enseñanza tan grande!  ¡Eso es amor incondicional!  ¡Eso es lealtad!  Honestamente quebranta mi corazón su comportamiento.  Así también quebranta todo mi ser el entender que Dios me ama a pesar de todo lo que hago mal.  Me humilla tanto amor inmerecido.  Me aplasta tanta misericordia.  Precisamente paciencia y amor es lo que siento cuando leo las palabras de Pedro en esta carta: esta es la segunda vez que les escribo recordándoles sobre el mandamiento de nuestro Dios.  Si hubiera sido mi carta, mis palabras, probablemente irían con un tono más de regaño o reclamo: ¡es la segunda vez que les escribo!  ¿qué no entendieron a la primera?  Si consideramos que estas palabras vienen de aquél que negó a Cristo tres veces, probablemente es el indicado para hablar de paciencia y amor a pesar de nuestros errores.  Pedro mismo experimentó el perdón de Dios después de haberle fallado.  ¿Cómo no actuar de la misma manera con los demás?  Una vez que experimentamos el amor del Señor, su gracia, su misericordia y su perdón, nuestro deber es ir y hacer lo mismo con nuestro prójimo.  Así lo hizo Pedro.  Por eso escribe su segunda carta.  Porque necesitamos más oportunidades.  Porque necesitamos que nos tengan paciencia.  Porque necesitamos que nos amen a pesar de que nos equivocamos.  Seamos pacientes con nuestros hermanos y seres queridos.  Entendamos la paciencia que el Señor tiene con nosotros y llevémosla a los demás imitando ese comportamiento.

Oración
Señor: no merezco tanto amor y paciencia.  Te pido perdón por mis pecados.  Te pido que pueda imitar todo lo bueno que haces conmigo y lo lleve a las demás personas.  Te pido que pueda ser paciente, amoroso y misericordioso.  Te pido que mi vida sea luz para que la gente conozca de Ti.  En Cristo Jesús te lo pido.  Amén

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